2013


SAGRADA FAMILIA
CICLO A
Eclo 3,3-7. 14-17; Sal 127; Col 3, 12-21; Mt 2, 13-15. 19-23

Sostenerse en la tensión

 La imagen de familia que resalta en el evangelio de Mateo, nos permite meditar que el misterio de la vida del ser humano, lleva el sello de una doble tensión; por un lado, la necesidad de custodiar la vida familiar, el amor y el desarrollo de cada miembro. Por otro lado, la necesidad de sostener un proyecto mayor de familia en el plan de Dios.
 Quien piensa con seriedad en la familia, sabe muy bien que en ella se encuentra la piedra que sostiene a toda sociedad humana; la familia contiene un sinnúmero de valores que el mundo necesita: es el primer lugar donde se aprende el amor, el perdón, la solidaridad y el respeto. Es desde la familia que puede construirse cualquier sociedad y desarrollar las capacidades más altas del ser humano.
 Siendo tan bella la familia, parece contradictorio que se vea amenazada por los poderes e ideologías de todos los tiempos; a veces hasta por las mismas autoridades, quienes en principio de toda ley positiva, están obligados a custodiarla. Por eso escogemos esta idea para nuestra reflexión: sostenerse en la tensión. Igual que la familia de Nazaret, que interpretando las amenazas y peligros de su tiempo, se ve obligada a emigrar en un primer momento, y después a regresar a su lugar de origen, para cuidar el proyecto de Dios.
 Hoy podemos descubrir nuestra familia en tensión; en una sana tensión que nos permita seguir generando la unidad, la vida y el amor que todos necesitamos.
Pero, ¿cómo sostenerse en la tensión?
Intentemos estas tres actitudes:

1 -Hay que honrar la familia
 A veces tenemos que aprender a honrar. Sobre todo las nuevas generaciones, para las cuales el honor pueda ser un valor un tanto lejano.
 En la literatura sapiencial de Eclesiástico, encontramos esta escuela: el respeto a los padres como veneración, implica entender que detrás de la autoridad paterna, está la autoridad de Dios.
 Podemos ir más allá en la decisión de honrarnos mutuamente, no solo de los hijos a los padres sino de ellos para con los hijos. Si entendemos que la bendición de Dios viene a confirmar la vocación de toda familia, y gozamos de experimentar la belleza de la comunicación de nuestra vida, nuestros sentimientos más profundos y el amor. Mientras con más sentido de familia vivamos, más clara tendremos nuestra identidad personal. En este sentido, para ser individuo, hay que ser primero comunitario.
 La satisfacción de cuidar de nuestros padres en la vejez, más que una carga es un don preciso que nos empata en correspondencia de la misma vida, del amor y del futuro de la humanidad.

2 -Hay que trabajar por la armonía del amor
Ésta no puede venir de la buena intención de un solo miembro de la familia, es necesario estar atentos para multiplicar la riqueza del amor. Entender que más allá del amor solitario y egoísta, está el amor de comunión, el amor que brota de saberse uno en la expresión bella del amor de cada uno de los miembros de la familia.
 San Pablo, en la segunda lectura, nos asegura que Dios nos eligió, nos consagró a Él y nos dio su amor, por eso podemos ser a semejanza suya: magnánimos, humildes, afables y pacientes en nuestras relaciones de familia. Implica poner atención a nuestros sentimientos mutuos, que son orientadores del rumbo del amor familiar. Implica entender el sentido del vínculo de la perfecta unión y de la paz a la hora de tomar decisiones de familia o comunidad.
La familia es buena consejera y educadora. ¿Cuánto tiempo hace que no me dejo enseñar o aconsejar? ¿Cuánto trabajo para que el amor en mi familia circule con armonía?

3 -Cuidar la familia desde el plan de Dios
 Parece pretencioso, pero es real; aunque nuestra familia pudiera parecernos ordinaria, Dios tiene un proyecto concreto que hay que descubrir y cuidar. No es sencillo, se requiere a veces intuir desde la fe. Como José, que en un día como hoy, se deja guiar no solo por la lógica de su entendimiento, sino por la intuición como hombre de fe.
 Ojalá que cuidar nuestra familia, no nos empuje a la migración territorial, a un exilio en el que tengamos que dejar parte de nuestros signos de pertenencia. Pero si es preciso, podemos emigrar ideológicamente para sostener el valor de la familia, la vocación materna de la mujer y el don precioso de la vida.
 José ha sido generoso, se abrió al proyecto de Dios, gracias a esto entendió más allá de sus propias categorías. Igual que él, nosotros podemos ser instrumento dócil de Dios, a través del cual proteja nuestras familias y la gran familia humana.
 Sostengámonos en la tensión familiar.


25 DE DICIEMBRE
CICLO A
Is 52, 7-10; Sal 97; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

Ser palabra viviente

 La Palabra  que estaba en Dios y era Dios, por la cual todas las cosas vinieron a la existencia… esa palabra que es la vida y la luz del ser humano y que se hizo carne para habitar entre nosotros, es el mismo Jesús que nos conquista para que reflejemos al mundo el don de su vida nueva.
 Anoche nos acercamos al Nacimiento de nuestro salvador. ¿Y qué encontramos? Que nuestro rostro se iluminó con su luz y nuestro corazón se llenó de verdades que ansían ser gritadas como palabras de vida. Si nos fijamos bien, de la Encarnación del Hijo de Dios, nos viene la alegría de ser testigos de la luz, igual que Juan Bautista. Después de nuestro asomo a este misterio, podemos intuir que hay una diferencia entre lo que somos y lo que Dios tiene en mente que seamos. Si Dios viene en medio de nosotros como Palabra que se irá explicitando, es porque el trayecto que sigue en nuestras vidas demanda la liberación de toda ideología y la necesidad de convertirse en palabra viviente del Padre, a ejemplo de Juan y de Jesús.
 Desde las carencias de nuestra condición humana, podemos ser palabras vivientes para los demás, es decir, testimonio: lo que hemos entendido en el corazón, puede llevarse a la práctica de la caridad.
Intentemos tres actitudes:

1 -Hay que iniciarse como mensajeros de paz
 El mensajero que descubre Isaías en la primera lectura, no es otro que cualquiera de nosotros que hemos experimentado el amor de Dios en el Niño que ha nacido. Hemos visto y creído la salvación.
 Estamos llamados a modificar nuestro entorno familiar y social con la belleza de nuestro anuncio. Llamados a generar la paz, la alegría y el consuelo.
 ¿Cuánto tiempo hace que no comunicas buenas noticias y paz?

2 -Hay que anunciar palabras que sostienen
 Dios habla a través de su Hijo, y si tú y yo estamos dispuestos, habla a través de nuestro testimonio. Se trata de confirmar que la Palabra que Dios nos ha dado, Jesús nacido de María, sigue sosteniendo el universo.
 Somos herederos en Jesús para dar vida al mundo.

3 -Hay que ser palabras que dan luz y vida
 La luz de la Palabra hecha carne, Jesús, pone al descubierto las mentiras y las inconsistencias del hombre.
 Como Juan, podemos ser testigos de la luz de Cristo Palabra, que no solo brilla sino que ilumina, nos informa sobre la creación y el proyecto que Dios tiene de cada uno.
 ¿Cómo serías hoy una palabra viviente, al estilo de Jesús?


24 DE DICIEMBRE
CICLO A
Is 9, 1-3. 5-6; Sal 95; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14

Alegrarse desde la humildad

 Que Jesús nazca en la humildad del desplazamiento de sus padres, y ocupe un pesebre para entrar en contacto con nosotros, es un hecho cargado de signos que pueden interpretarse para alegrar nuestra vida. Quizás en el mejor momento de nuestra cotidianidad, cuando estemos tan acostumbrados al confort, al lujo o al exceso, la experiencia de precariedad nos ayuda a encontrar lo esencial de nuestra hechura de indigentes que requerimos siempre de alimento, seguridad y cobijo.
 No es casual que Lucas escriba que La Virgen María envolvió en pañales y recostó a Jesús en un pesebre; por mucho tiempo, la tradición ha leído a Isaías cuando habla del pesebre del Señor, donde pone el alimento para su pueblo. En cierto sentido Jesús es alimento vital que nos devuelve la identidad. A partir de su nacimiento humilde y de la alegría que nace espontánea, de la sencillez y sin ninguna condición, el Niño Dios nos remite a nuestra verdad más honda, que estamos necesitados de lo humano y de lo divino; basta entender esta alegría y esta pureza del nacimiento de Jesús, para desterrar cualquier tristeza, duda o pretensión. Estas y tantas otras actitudes de soberbia son una grotesca figura de nuestro ser, cuando nos ponemos frente a la imagen resplandeciente del nacimiento de Niño.
 Dios viene en medio de nosotros y nos capacita para experimentarnos humildes, y de esa humildad, gozar la alegría pura, sublime e inagotable del amor incondicionado. El censo de Augusto nos revela que Jesús se inserta en la historia universal, pero también en la historia de todo hombre. Nace como hijo legal de José y, al propio tiempo, como Hijo de Dios, para mostrarnos la imagen y semejanza que tenemos con Él.
 En medio de nuestro mundo, acostumbrado a encumbrarse y a buscar soluciones con despliegue de poder; un mundo de alegrías sofisticadas y de paraísos artificiales, María y José nos provocan al permitir que el don más preciado que llevan se envuelva con la condición humilde. Por estos siglos nos enseñaron que la alegría de nuestra condición humana es el camino de la paz.
Alegrémonos desde la propia humildad, intentando estas tres actitudes

1 -Hay que dejarse iluminar
 Escribe Isaías en la primera lectura que el pueblo habitaba en tinieblas, y es probable que nosotros también. La buena noticia de esta navidad está aquí, en que podemos ver la luz y alegrarnos, cuando muchos viven en la noche de sus vidas, en el imparable drama de su oscuridad. Basta con permitir que la luz que brilla en la belleza de un niño, en su ingenuidad y pureza, para experimentar una profunda alegría.
 El gozo de la experiencia del nacimiento de Jesús es efecto de la esperanza y de la abundancia de vida nueva que Dios mismo nos trae.

2 -Hay que probar la alegría humilde
 Es el centro de nuestra experiencia de hoy. Podríamos preguntarnos: ¿Con cuánto me contento? ¿Qué me haría feliz hoy? Y la respuesta podría venir de intentar una conducta moral que se orienta a practicar el bien; de manera especial empezando por entender a los más vulnerables.
 Probar la alegría humilde, tiene mucho que ver con la libertad y la valentía para incursionar en nuestros propios miedos y miserias. Si contactamos con esa realidad inherente a nuestro ser, podemos hablar de fraternidad y de paz de una manera auténtica.

3 -Hay que probar el alimento personal que es Jesús
 Si en el pesebre de Belén Jesús es el alimento de su pueblo, nosotros estamos invitados a saciar desde ahí nuestras hambres de justicia, de paz y de amor.
 Para empezar, tenemos que aceptar a la persona humana, por más en condena que la tengamos. Dios mismo apostó a favor de nosotros, cuando aceptó nuestra condición. Aunque a veces nos hemos sentido defraudados por personas concretas, hay que apelar al último reducto de humanidad y alegrarse, porque el misterio de Dios en medio de nosotros avanza.

 La alegría de los pastores y a poco la nuestra también, viene de entender que Jesús entra en nuestras vidas para que no haya más dominio entre nosotros, porque quedamos saciados con su presencia y porque Él resplandece como único Mesías y Señor.


IV DOMINGO DE ADVIENTO
CICLO A

Is 7, 10-14; ; Sal 23; Rm 1, 1-7; Mt 1, 18-24

Llegar al fondo

 El evangelio de Mateo nos sorprende al presentarnos el nacimiento de Jesús desde la mirada de San José. Como sabemos, él estaba comprometido con María;  y “antes de empezar a estar juntos, Ella se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18). José tuvo que discernir aquel suceso y llegar al fondo de un misterio que lo desbordaba. Tardó en asimilar que la antigua profecía de Isaías (cf. Is 7, 14) se estaba cumpliendo. Después del sueño en el que entiende la intervención de Dios que ha engendrado por obra del Espíritu Santo, José ve en María la misma obra de Dios;  llega al fondo de un misterio divino en el cual se descubre involucrado.
José aparece aquí como un hombre justo. Por un lado, queriendo responder a su fidelidad y amor a Dios, intenta observar la ley, que en tal caso lo obliga a repudiar a María; pero por el otro lado, su amor al prójimo le impide infamarla. Esta sensibilidad espiritual de José puede provocarnos hoy a quienes muchas veces juzgamos desde la simplicidad de nuestros criterios, los acontecimientos de nuestra historia relaciona, para que intentemos llegar al fondo de esas realidades, hasta donde se encuentra la razón divina.
 Si cuando estamos confundidos aguzamos nuestros sentidos espirituales para escuchar a semejanza de José: “…no dudes en recibir en tu casa a María…”, es decir no dudes en llegar al fondo de los acontecimientos que parecen incomprensibles, no te retires mirando solo desde las superficialidades de tu condición humana, creo que empezaremos a descubrir la obra de Dios en nuestras vidas y la razón última por la cual Dios se tiene un plan con nosotros.
 ¡Qué importante atreverse a llegar al fondo de las razones de Dios, sobre todo hoy, cuando parece que vivimos en un mundo de analfabetos espirituales! Hay muchos que no han desarrollado su habilidad mínima para leer señales trascendentes y el ordenamiento natural de la razón y de la fe.
Para llegar al fondo del misterio del nacimiento del Salvador y al fondo de nuestra propia vida, intentemos estas tres actitudes:

1 -Hay que leer las señales del cielo
 Dios ha permitido, por toda nuestra historia, algunas señales que nos ayudan a entender sus misterios. La gran señal que anunció por medio de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”, sigue fecundando nuestra intuición para llegar a Dios. Sin embargo, hemos de avanzar en la lectura de nuevas señales que orienten nuestra historia.
 Busquemos señales en la sencillez de nuestras vidas; es allí, en la cotidianidad, donde hemos de leer con categorías superiores a las meramente humanas, la presencia vital de Dios.
 Podríamos intentar una virginidad espiritual; es decir, permitir la concepción espiritual de Dios en nosotros. Permitirle obrar en nuestra fragilidad.

2 -Hay que contemplar la nueva creación
 El apóstol San Pablo nos remite a contemplar el misterio de Cristo en su totalidad: su encarnación, muerte y resurrección; y a partir de esta realidad vivir nuestra pertenencia a Cristo.
 Se trata de descubrir que en la filiación divina de Jesús, la nueva creación.  Esto implica que dejemos a Dios sobrepasar en nosotros lo meramente humano, como María y José, para vivir a plenitud la experiencia del Emmanuel, como Dios con nosotros.

3 -Hay que vencer la frontera de la duda
 Ir más allá del cumplimiento de la ley como convencionalismo social.
 Ceñidos como José en la fe a Dios y en la fidelidad a la persona humana, hay que permitir el desarrollo de las cosas de Dios en nuestras vidas, para llegar al fondo de todo misterio.
 José supo ser bueno, justo y santo, porque descubrió un proyecto superior al del puro matrimonio, una vocación mayor; creyó en una nueva humanidad.
 Creo que más allá de nuestras dudas, incluso de la duda gnóstica, podemos encontrar, a semejanza de José, las garantías del orden divino y el cumplimiento de las palabras proféticas.


III DOMINGO DE ADVIENTO
CICLO A
Is 35, 1-6.10; Sal 145; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11

Soportar la oposición

 Escuchamos en este pasaje del evangelio, que Juan Bautista, estando prisionero, envía a sus discípulos con una pregunta para Jesús “¿Eres tú quien tenía que venir, o debemos esperar otro?”¿Por qué duda Juan si ha pasado su ministerio señalándolo como mesías? Juan duda porque él está anunciando un bautismo de juicio del mesías; mientras que Jesús actúa con misericordia; en lugar de ejercer un juicio radical, Jesús soporta la oposición. Lo que Juan no ha entendido es que Jesús quiere ser mesías así, sin juicio condenatorio, sino con el testimonio de la misericordia. Por eso Jesús remite a los emisarios de Juan a que vean sus obras.
 Hoy nosotros, al igual que Juan, podríamos dudar de Jesús e intentar una acción salvadora más inmediata o radical. Pero al final descubriremos que el camino pleno del mesianismo de nuestro salvador sigue activo gracias a la virtud de la misericordia, la paciencia y la tenacidad. Se requiere que el alma resista sin desesperar, soportando incluso la oposición.
 Cuando vivimos en medio de un mundo de tantos mesianismos, tenemos que salir de dudas y discernir lo que es de Dios y lo que no lo es. Aunque parece que el orden, la justicia y la salvación tardan en llegar, basta descubrir la caducidad y la falsedad de esos falsos sistemas mesiánicos que acaban por defraudar al ser humano y por derrumbarse, para convencernos de que es mejor soportar la oposición. Nosotros tenemos motivos para esperar confiados en la propuesta de Cristo.
 Si queremos avanzar en nuestro camino de preparación para el nacimiento del Señor, intentemos soportar la oposición al estilo de Jesús, intentemos estas tres actitudes:

1 -Hay que erradicar el miedo
 El temor no ayuda porque nos paraliza, no nos permite vencer nuestro límite de tolerancia. Podemos intentar el consejo del profeta Isaías: fortalezcamos nuestras manos débiles y afiancemos nuestras rodillas vacilantes, porque el Señor viene a salvarnos.
 Implica erradicar el miedo de nuestro entorno. Muchos que conviven con nosotros pueden vivir en la desesperanza y el miedo a no alcanzar la salvación. ¿Cuáles son nuestros miedos con respecto a la propuesta de Jesús?

2 -Hay que mantenerse sin murmurar
 Cuando tarda la manifestación del Señor; cuando pasan días de padecer un sufrimiento personal y familiar, lo más inmediato es la duda y la murmuración contra Dios. A veces buscamos un chivo expiatorio, alguien en quien descargar nuestra frustración; y esto agrava el cuadro de nuestra prueba.
 San Pablo nos anima a tener la paciencia de un labrador, que espera la bendición del agua que viene del cielo, pero sigue haciendo su trabajo sin desfallecer.
 Mantenerse implica no quejarse, no juzgar, tomar el modelo de sufrimiento y de paciencia de los profetas, sostenerse en un ambiente de aceptación mutua y ver en los pobres el signo de que el Señor no nos abandona. ¿Cuán tardos somos para el enojo y el reclamo?

3 -Hay que probar la templanza
 En medio de la oposición, tenemos necesidad de encontrar las luces que nos rescatan de la falsedad. Si en este tiempo de Adviento hemos salido a buscar un profeta y no una caña sacudida por el viento, es porque estamos dispuestos a renunciar a los favores que dispensan quienes viven en la corte de los reyes de este mundo.
 La autenticidad de nuestra espera de salvación se templa en un juicio integrador y de misericordia; en un juicio cuyos criterios no son los de la eficacia, sino los de la gracia y la libertad. ¿Qué tan templados estamos siendo para soportar la oposición? ¿Cómo estamos haciendo el camino de Adviento para la llegada de Jesús-mesías misericordioso?


II DOMINGO DE ADVIENTO
CICLO A
Is 11, 1-10; Sal 71; Rm 15, 4-9; Mt 3, 1-12

Empezar a quitar la paja

Juan Bautista termina su anuncio profético de este trozo del evangelio con la imagen de Jesús en el día final: “tendrá en su mano el bieldo para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.
 Este segundo domingo de Adviento, viene marcado por la exigencia de la conversión. Podemos trabajar espiritualmente anticipándonos a quitar nuestra paja. Nosotros no somos iguales que aquellos a quienes Juan Bautista predicó. Ellos no habían sido bautizados en el Espíritu Santo y Fuego, nosotros sí. Creo que nos sirve entender nuestra vida como un continuo dejar que Jesús separe nuestra paja para quemarla y nos guarde en la intimidad de su granero.
 Quitar nuestra propia paja; es decir, quitar lo superficial, lo que no es esencial, nos demanda dar frutos de conversión. Ayuda mucho ponernos en guardia, arrepentirnos de nuestros pecados y corregir la injusticia. Quitar la paja, asimismo, implica abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios que viene a nosotros.
 Juan Bautista es una voz que nos llega autorizada desde antiguo por el profeta Isaías. Es un personaje que se actualiza hoy para provocarnos en la manera en que vivimos nuestra vida y nuestra fe. Su estilo de vida en el desierto, como mínimo nos cuestiona sobre el tema de la autenticidad.  Juan es necesario hoy más que nunca, cuando parece que nos alejamos de las obras y nos montamos en la simulación.
 Vivir la sobriedad en estos días, descubrir cuando nos engañamos a nosotros mismos respecto de la autenticidad de nuestras obras, es un buen inicio para separar la paja que no nos deja alcanzar la salvación.
Intentemos tres acciones para continuar nuestra preparación de Adviento:

1 -Escuchemos profetas con espíritu
 Solo quienes actualizan el Espíritu de Dios pueden llevarnos a la esencia de nuestra relación con Él y con el mundo creado. Necesitamos profetas que no juzguen por apariencias ni sentencien de oídas, sino que actúen a partir de la experiencia de nuestra humanidad. La voz de nuestros profetas nos lleva a superar la sola animalidad. Nos inspira a reorientar nuestros instintos para cohabitar la tierra con una ley de paz y de amor. Por eso podrán habitar el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito y el novillo con el león; el niño jugará con la serpiente y ésta no le hará daño. Porque la ciencia de Dios sobrepasa la naturaleza de todo lo creado.
Escuchar esta voz, nos lleva a entender que el centro de nuestra naturaleza no es solo molecular, sino espiritual.

2 -Escuchemos la Palabra proclamada
 Más allá de los condicionamientos sociales, justo en el desierto de toda pretensión, podemos liberarnos de superficialidades. Para quitar nuestra paja debemos ocuparnos de ocupa estar libres de manipulaciones. Hoy por hoy, el evangelio no admite ser domesticado. Cada uno de nosotros, al escucharlo en medio de la Iglesia, recibe la primicia de su consolación.
 Cuando escuchamos la Palabra proclamada acogemos el mismo espíritu con que fue escrita; entonces somos capaces de romper con nuestras dependencias. El evangelio hace ver lo ridículo que es depender de lo superfluo.

3 -Hay que escuchar nuestra exigencia interior de conversión
 ¿Qué sientes cuando escuchas: conviértete porque ya está cerca el Reino de los cielos? Parece que hay una reacción natural. Cuando menos nos viene el convencimiento de que algo en nosotros puede y debe cambiar. Resulta una palabra cercana o amiga que nos da la esperanza y la alegría de responder a nuestra exigencia interior de ser plenos.
 Corregir la vida y afirmarse en lo que uno cree nos da todo: nos hace auténticos, nos libera, nos impulsa a la purificación y nos garantiza la bendición de Dios.
 Hoy podemos empezar a quitar nuestra paja agudizando nuestra capacidad de escucha y actuando obras que no nazcan de una ley externa, sino de la autenticidad de nuestra vida interior. ¿Qué pajas no te permiten ser auténtico?


 Al iniciar el tiempo de Adviento,  como cada año, sabemos que conmemoramos el acontecimiento de la venida de Jesucristo y que a la vez se abre la etapa de su cumplimiento final. En el discurso escatológico  que nos presenta Mateo, el mensaje de Jesús insiste más sobre el final del ser y de la historia, que del final del mundo. Jesús nos llama a despertar en la fe, con una responsabilidad personal y comunitaria. En este texto lo importante no es cuando sucederá la venida del Hijo del hombre, sino cómo nos encontraremos de preparados para recibirlo.
 Vivir la vida sabiendo que algo grande nos falta por alcanzar, nos lleva a entender que la vida presente es algo muy importante como para desperdiciarla en banalidades. Este texto, en un primer golpe de vista, resulta una provocación a vivir la vida de manera extraordinaria, a encontrar el sentido de una vida hecha para preparar nuestro encuentro final con Dios.
Vivir preparados implica mantener un itinerario que nos garantiza alegría, paz y esperanza. Pero, ¿cómo lograrlo, cómo mantenerse vigilantes, velando, sin experimentar el cansancio o la tensión?
Intentemos tres actitudes:

1 -Hay que invertir el uso de las cosas
 Resulta una experiencia única sacar el mejor provecho de cuanto hacemos y tenemos. El profeta Isaías anunciaba los días futuros del monte del Señor, como días en que habría un cambio de rumbo en la historia. Pasar de producir la muerte a promover la vida. Pasar de las espadas a los arados y de las lanzas forjar podaderas.
 Invertir el uso de las cosas implica, invertir el uso de nuestras capacidades. Vivir con sentido comunitario y mirando hacia el mismo destino.
 Cabría preguntarnos: ¿Cómo le doy la vuelta al uso de mis cosas, de mis habilidades y de mis acciones? ¿Qué tengo de guerra, cuáles son mis armas, que ahora puedo cambiar en algo productivo y esperanzador?

2 -Hay que incorporarse para ver el amanecer
El momento que vivimos puede verse como un continuo despertar al Señor. Es como un amanecer luminoso que desvela ante nuestros sentimientos más íntimos las razones por las cuales tenemos la vida.
 Despertar a esta conciencia de que se acerca el día del Señor, nos inspira para revestirnos de buenas obras, del cuidado de nuestro cuerpo y de nuestros seres amados; del cuidado de la vida, del amor y de la paz. Desde esta experiencia del amanecer podemos gozar deshaciéndonos de nuestras obras de tinieblas y de guerra, y actuar con toda alegría y libertad las obras de la luz.

3 -Hay que gozar la espera
 Aunque el activismo del mundo nos lleva por otros caminos, quien vive preparado interiormente para realidades más grandes en Dios, puede ofrecer al mundo este don precioso de la espera.
 Esperar es una dimensión que nos toca en toda nuestra persona y en nuestras relaciones familiares y sociales. Siempre estamos esperando. A veces al ser querido que no llega a casa, al pariente o amigo que viene de visita. O cuando esperamos algo más personal, como el resultado de un estudio médico, de un examen universitario, de una solicitud laboral, o de una carta de reconciliación.
 Gozar la espera nos hace nobles, nos da estatura moral y espiritual, es una realidad tan profunda como nosotros mismos. Gozar la espera es previo al encuentro trascendente con Dios. Él mismo nos ha esperado por mucho tiempo.
 En la presión que ejerce la edad futura del día final, nosotros queremos vivir preparados así, gozando nuestro tiempo, más que como una vigilia fatigosa, como una vigilia festiva en la cual nos aseguramos de dar continuidad a nuestra existencia.


II DOMINGO DE PASCUA
CICLO C

Hch 5, 12-16; Sal 117; Apoc 1, 9-11. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31

Experimentar a Jesús

Al anochecer del día de la resurrección y también ocho días después, Jesús se introdujo a la casa donde los discípulos se encontraban escondidos por miedo a los judíos.[1] Quiso que salieran de sus temores experimentando los signos de su victoria y de su amor: los agujeros en sus manos y en el costado. Los discípulos se llenaron de alegría. No solo de constatar que su amigo y maestro que antes estaba crucificado ahora tenía la capacidad de estar con ellos; sino porque estando allí, experimentaron su amor.

Creo que a partir de ese momento, los discípulos aprendieron que a Jesús se lo encuentra en la nueva realidad del amor que crea comunidad. Cuando cada uno aporta los signos de su amor, igual que Jesús.

Como hemos escuchado, Tomás no quiso creer a través del testimonio de los discípulos, quería experimentar a Jesús directamente. Esta actitud de Tomás no es del todo reprobable; sin embargo, nosotros que vivimos dos mil años después, solo tenemos el camino del testimonio de sus discípulos y la experiencia de los signos de vida, para experimentar a Jesús. Igual que la Magdalena reconoció al Señor inmediatamente (20, 15-16) o el discípulo amado que “vio y creyó” ante el sepulcro vacío. (v. 8)

Experimentar a Jesús es muy importante hoy, sobre todo si tomamos en cuenta que el mundo vive como a puerta cerrada, lleno de miedos y de oscuridad. Es un mundo que entiende muy poco de la pasión y la cruz de Jesús; y, no obstante, necesita como lo más vital, experimentar a Jesús resucitado y misericordioso.

Intentemos tres actitudes para experimentar a Jesús

1 -Hay que comunicar la vida de Jesús

Igual que Pedro, que comunicaba vida hasta con su sombra a los enfermos que sacaban a las plazas por donde él pasaba. Nosotros tenemos la vida misma de Jesús resucitado a través de los sacramentos. Muchos hermanos alejados necesitan nuestro testimonio y la vida de gracia que llevamos.

Podemos ser comunicadores de vida desde la fe y el amor, como extensión de la vida que tenemos con Cristo. De hecho, hemos recibido el mismo Espíritu que en un día como hoy Jesús sopló sobre sus discípulos. Nos podemos considerar enviados no con poder, sino con responsabilidad de dar continuidad a la misión que Jesús recibió de su Padre: comunicar vida y vida que salva.

2 -Hay que leer los signos

San Juan entendió a través de un éxtasis que Jesús es el primero y el último, el viviente que estaba muerto y que ahora está vivo por todos los siglos. Esta experiencia es posterior a su visión del sepulcro vacío la mañana de la resurrección.

Nosotros tenemos la posibilidad de leer muchos signos de Jesús resucitado, desde la experiencia de la fe y del amor. Podemos acercarnos tanto como para tocar los signos de su victoria y de su amor: el costado herido y los agujeros de sus manos. Esto implica el sacramento del amor: La Eucaristía como lugar privilegiado del encuentro con Él.

Si no estamos en comunidad, nos puede pasar lo que a Tomás. Es unidos a la comunidad que encontraremos solución a nuestros problemas de fe.

3 -Hay que experimentar el amor

Lo que los discípulos experimentaron al ver a Jesús, y luego Tomás al tocar su cuerpo traspasado, es su amor de la manera más inmediata y pura. Quien tiene una buena imaginación puede verse a sí mismo en el cenáculo, inclinado, sosteniéndose del hombro de Jesús para inclinarse a besar sus manos agujeradas y su costado abierto.

La experiencia del amor de Jesús, nos hace destinatarios de su sacrificio. Entendemos que nos ama de manera particular.

Experimentemos a Jesús sensiblemente, en nuestra necesidad de amor; en la fe como certeza; sin haber visto, en la comunidad creyente.

[1] Esta presencia real de Jesús hay que purificarla de una imagen fantasmal. El evangelista Juan, nos dice que el Jesús que se hace presente en aquel lugar en medio de sus discípulos, es el mismo que antes estaba crucificado. No que su cuerpo se trasluzca como la representación que tenemos de un fantasma. Lo que Jesús desea es que sus discípulos se acostumbren a una nueva forma de su presencia en medio de ellos. Ahora estará siempre presente, a pesar de las dificultades que haya. Y su presencia será más eucarística y espiritual. Los discípulos aprendieron ese día algo que nosotros ya recibimos como presupuesto: que la resurrección no despoja a Jesús de su condición humana, sino que ha llevado esta condición a su cumbre.


II DOMINGO DE CUARESMA
CICLO C

Gn 15, 5-12. 17-18
Sal 26
Flp 3, 17-4, 1
Lc 9, 28-36

Subir el monte

Subir el monte, desde la experiencia de la transfiguración de Jesús, implica estar abiertos al misterio de Dios, a su proyecto de salvación y a la ofrenda de nuestra propia vida.

La montaña, además de significar el lugar de la presencia de Dios, nos muestra que Jesús ha iniciado su éxodo, es decir su salida de este mundo, su liberación.

Imaginemos la escena: Jesús permite que sus discípulos se asomen a su luminosidad interior. Les muestra, por decirlo así, un pedacito de cielo. Los personajes que aparecen, pertenecen a la realidad trascendente; murieron en el pasado, haciendo la voluntad de Dios, por eso permanecen en la esfera divina. Ellos hablan de la muerte que le espera a Jesús en Jerusalén; hablan, por tanto de la manera en que Jesús culminará su misión, con la entrega de su vida. Si se quiere entender: Jesús recibe la estafeta final del misterio salvífico de Dios. De ahora en adelante, el Antiguo Testamento ha de ser leído a través del éxodo de Jesús.

Los tres discípulos que lo acompañan: Pedro, Santiago y Juan, reaparecerán en Getsemaní, de la misma manera que aquí, cargados de sueño. Entre este monte, el de los olivos, y el Gólgota, hay un parentesco espiritual; se demandan mutuamente, para completar la misión de Jesús, desde el misterio de Dios.

Subir el monte en esta cuaresma, ha de significar para nosotros un ejercicio espiritual. A través de esta experiencia podemos iniciar tanto el camino del éxodo de Jesús, como el nuestro. Si seguimos a Cristo en el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección, nos configuraremos con él; si insistimos sobre ese camino, haciendo nuestro propio éxodo, además de configurarnos, nos transfiguraremos como él. Es decir, entraremos en el misterio insondable de Dios.

Para subir al monte intentemos tres actitudes:

1.-Miremos al cielo

Quien no considera las realidades trascendentes, se incapacita para alcanzar la vida de Dios. Hay que descifrar nuestra vida como una continua ofrenda; igual que Abraham, hay que estar atentos y descubrir que lo que ofrecemos a Dios cuenta. Él mismo recibe nuestra ofrenda. Aquí viviremos la certeza de la fe, en la experiencia de ser escuchados.

Mirar al cielo y contar las estrellas, como pidió Dios a Abraham, supone desinstalarse, y hacer un camino para que nuestra ofrenda sea llevada por Cristo; un camino hacia la Eucaristía; que es el lugar en el que Cristo nos asume para ofrecernos a su Padre.

Mirar al cielo, mientras se realiza nuestra alianza con Dios, es a veces, una experiencia de oscuridad en la que parece que no entendemos nada. Es en ese punto de incertidumbre, cuando Dios rompe la noche oscura de nuestra fe y nos regala el signo máximo de su amor.

¿Cuáles ofrendas has hecho a Dios? ¿Cuál de tus ofrendas, has experimentado que Dios recibió?

2.-Miremos hacia adelante

Mientras hacemos el camino de la vida, nuestra condición es estar frente a la esfera divina, el cielo en el que Jesús está. Él es la alianza definitiva de Dios con nosotros.

Se trata de ir a nuestra nueva Jerusalén, acompañados por Jesús; hacer nuestra propia pascua; pasar por nuestra propia muerte y resurrección.

Mirar hacia adelante, implica vivir considerando que somos ciudadanos del reino, como dice Pablo a los filipenses; dejar de vivir como si nuestro dios fuera el vientre; y redirigir nuestra mirada hacia Dios que me libera. Vivir así implica esperar que Cristo nos transfigure y transforme nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo.

Mirar hacia adelante, implica mantenerse fieles a Jesús y superar el escándalo de la cruz. No quedarse en las realidades temporales, sino constatar las realidades que no se ven.

3.-Miremos hacia abajo

Cuando los discípulos: Pedro, Santiago y Juan, salieron del sueño, ante la transfiguración, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Pedro gozó de ese pedacito de cielo, e intentó quedarse allí, levantar tres chozas: una para Jesús, una para Moisés y una para Elías. Dice Lucas que Pedro no sabía lo que decía. Nosotros entendemos: no se puede volver al pasado, sólo a Jesús hay que escuchar; no lo podemos igualar con los profetas. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.

Pero lo más importante de la incomprensión de Pedro está aquí, en algo que también nos sucede a cada uno de nosotros; que cuando estamos en la gloria, no nos gusta mirar hacia abajo. Cuando estamos en la abundancia de dones materiales y espirituales, se nos olvida, que hay que descender de la montaña y hacer nuestro propio camino hacia la muerte y la resurrección.

A Pedro se le olvida que su misión apenas empieza. Todavía le falta acompañar a Cristo en su éxodo, en su sacrificio en la cruz; le falta cofundar la Iglesia, confirmar a sus hermanos en la fe, ir a Roma, vivir la persecución y hacer su propio éxodo, morir en su propia cruz.

¿Tú cómo subes a la montaña, cómo entiendes tu éxodo, cómo desciendes del monte?

Regístre y rellene en el siguiente formato, los datos que se le piden y haga llegar a través de Internet y de manera gratuita sus Intenciones para la Santa Misa de la Divina Misericordia

El Pbro. Sidney Anibal Espinoza Huerta, ofrecerá por usted en la Santa Misa de los días lunes, todas las intenciones que usted envíe a través de esta forma especial, pidiendo la intercesión de la Divina Misericordia.

Sólo rellene las celdas con los datos que se le solicitan y al enviar, llegaran sus peticiones a los celebrantes respectivos. No olvide pedir por sus sacerdotes, por su Obispo así como por las Benditas Ánimas del Purgatorio y por todas aquellas almas por quien nadie se acuerda de pedir por su conversión.


Diocesis de Celaya

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