agosto 2013


II DOMINGO DE PASCUA
CICLO C

Hch 5, 12-16; Sal 117; Apoc 1, 9-11. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31

Experimentar a Jesús

Al anochecer del día de la resurrección y también ocho días después, Jesús se introdujo a la casa donde los discípulos se encontraban escondidos por miedo a los judíos.[1] Quiso que salieran de sus temores experimentando los signos de su victoria y de su amor: los agujeros en sus manos y en el costado. Los discípulos se llenaron de alegría. No solo de constatar que su amigo y maestro que antes estaba crucificado ahora tenía la capacidad de estar con ellos; sino porque estando allí, experimentaron su amor.

Creo que a partir de ese momento, los discípulos aprendieron que a Jesús se lo encuentra en la nueva realidad del amor que crea comunidad. Cuando cada uno aporta los signos de su amor, igual que Jesús.

Como hemos escuchado, Tomás no quiso creer a través del testimonio de los discípulos, quería experimentar a Jesús directamente. Esta actitud de Tomás no es del todo reprobable; sin embargo, nosotros que vivimos dos mil años después, solo tenemos el camino del testimonio de sus discípulos y la experiencia de los signos de vida, para experimentar a Jesús. Igual que la Magdalena reconoció al Señor inmediatamente (20, 15-16) o el discípulo amado que “vio y creyó” ante el sepulcro vacío. (v. 8)

Experimentar a Jesús es muy importante hoy, sobre todo si tomamos en cuenta que el mundo vive como a puerta cerrada, lleno de miedos y de oscuridad. Es un mundo que entiende muy poco de la pasión y la cruz de Jesús; y, no obstante, necesita como lo más vital, experimentar a Jesús resucitado y misericordioso.

Intentemos tres actitudes para experimentar a Jesús

1 -Hay que comunicar la vida de Jesús

Igual que Pedro, que comunicaba vida hasta con su sombra a los enfermos que sacaban a las plazas por donde él pasaba. Nosotros tenemos la vida misma de Jesús resucitado a través de los sacramentos. Muchos hermanos alejados necesitan nuestro testimonio y la vida de gracia que llevamos.

Podemos ser comunicadores de vida desde la fe y el amor, como extensión de la vida que tenemos con Cristo. De hecho, hemos recibido el mismo Espíritu que en un día como hoy Jesús sopló sobre sus discípulos. Nos podemos considerar enviados no con poder, sino con responsabilidad de dar continuidad a la misión que Jesús recibió de su Padre: comunicar vida y vida que salva.

2 -Hay que leer los signos

San Juan entendió a través de un éxtasis que Jesús es el primero y el último, el viviente que estaba muerto y que ahora está vivo por todos los siglos. Esta experiencia es posterior a su visión del sepulcro vacío la mañana de la resurrección.

Nosotros tenemos la posibilidad de leer muchos signos de Jesús resucitado, desde la experiencia de la fe y del amor. Podemos acercarnos tanto como para tocar los signos de su victoria y de su amor: el costado herido y los agujeros de sus manos. Esto implica el sacramento del amor: La Eucaristía como lugar privilegiado del encuentro con Él.

Si no estamos en comunidad, nos puede pasar lo que a Tomás. Es unidos a la comunidad que encontraremos solución a nuestros problemas de fe.

3 -Hay que experimentar el amor

Lo que los discípulos experimentaron al ver a Jesús, y luego Tomás al tocar su cuerpo traspasado, es su amor de la manera más inmediata y pura. Quien tiene una buena imaginación puede verse a sí mismo en el cenáculo, inclinado, sosteniéndose del hombro de Jesús para inclinarse a besar sus manos agujeradas y su costado abierto.

La experiencia del amor de Jesús, nos hace destinatarios de su sacrificio. Entendemos que nos ama de manera particular.

Experimentemos a Jesús sensiblemente, en nuestra necesidad de amor; en la fe como certeza; sin haber visto, en la comunidad creyente.

[1] Esta presencia real de Jesús hay que purificarla de una imagen fantasmal. El evangelista Juan, nos dice que el Jesús que se hace presente en aquel lugar en medio de sus discípulos, es el mismo que antes estaba crucificado. No que su cuerpo se trasluzca como la representación que tenemos de un fantasma. Lo que Jesús desea es que sus discípulos se acostumbren a una nueva forma de su presencia en medio de ellos. Ahora estará siempre presente, a pesar de las dificultades que haya. Y su presencia será más eucarística y espiritual. Los discípulos aprendieron ese día algo que nosotros ya recibimos como presupuesto: que la resurrección no despoja a Jesús de su condición humana, sino que ha llevado esta condición a su cumbre.


II DOMINGO DE CUARESMA
CICLO C

Gn 15, 5-12. 17-18
Sal 26
Flp 3, 17-4, 1
Lc 9, 28-36

Subir el monte

Subir el monte, desde la experiencia de la transfiguración de Jesús, implica estar abiertos al misterio de Dios, a su proyecto de salvación y a la ofrenda de nuestra propia vida.

La montaña, además de significar el lugar de la presencia de Dios, nos muestra que Jesús ha iniciado su éxodo, es decir su salida de este mundo, su liberación.

Imaginemos la escena: Jesús permite que sus discípulos se asomen a su luminosidad interior. Les muestra, por decirlo así, un pedacito de cielo. Los personajes que aparecen, pertenecen a la realidad trascendente; murieron en el pasado, haciendo la voluntad de Dios, por eso permanecen en la esfera divina. Ellos hablan de la muerte que le espera a Jesús en Jerusalén; hablan, por tanto de la manera en que Jesús culminará su misión, con la entrega de su vida. Si se quiere entender: Jesús recibe la estafeta final del misterio salvífico de Dios. De ahora en adelante, el Antiguo Testamento ha de ser leído a través del éxodo de Jesús.

Los tres discípulos que lo acompañan: Pedro, Santiago y Juan, reaparecerán en Getsemaní, de la misma manera que aquí, cargados de sueño. Entre este monte, el de los olivos, y el Gólgota, hay un parentesco espiritual; se demandan mutuamente, para completar la misión de Jesús, desde el misterio de Dios.

Subir el monte en esta cuaresma, ha de significar para nosotros un ejercicio espiritual. A través de esta experiencia podemos iniciar tanto el camino del éxodo de Jesús, como el nuestro. Si seguimos a Cristo en el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección, nos configuraremos con él; si insistimos sobre ese camino, haciendo nuestro propio éxodo, además de configurarnos, nos transfiguraremos como él. Es decir, entraremos en el misterio insondable de Dios.

Para subir al monte intentemos tres actitudes:

1.-Miremos al cielo

Quien no considera las realidades trascendentes, se incapacita para alcanzar la vida de Dios. Hay que descifrar nuestra vida como una continua ofrenda; igual que Abraham, hay que estar atentos y descubrir que lo que ofrecemos a Dios cuenta. Él mismo recibe nuestra ofrenda. Aquí viviremos la certeza de la fe, en la experiencia de ser escuchados.

Mirar al cielo y contar las estrellas, como pidió Dios a Abraham, supone desinstalarse, y hacer un camino para que nuestra ofrenda sea llevada por Cristo; un camino hacia la Eucaristía; que es el lugar en el que Cristo nos asume para ofrecernos a su Padre.

Mirar al cielo, mientras se realiza nuestra alianza con Dios, es a veces, una experiencia de oscuridad en la que parece que no entendemos nada. Es en ese punto de incertidumbre, cuando Dios rompe la noche oscura de nuestra fe y nos regala el signo máximo de su amor.

¿Cuáles ofrendas has hecho a Dios? ¿Cuál de tus ofrendas, has experimentado que Dios recibió?

2.-Miremos hacia adelante

Mientras hacemos el camino de la vida, nuestra condición es estar frente a la esfera divina, el cielo en el que Jesús está. Él es la alianza definitiva de Dios con nosotros.

Se trata de ir a nuestra nueva Jerusalén, acompañados por Jesús; hacer nuestra propia pascua; pasar por nuestra propia muerte y resurrección.

Mirar hacia adelante, implica vivir considerando que somos ciudadanos del reino, como dice Pablo a los filipenses; dejar de vivir como si nuestro dios fuera el vientre; y redirigir nuestra mirada hacia Dios que me libera. Vivir así implica esperar que Cristo nos transfigure y transforme nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo.

Mirar hacia adelante, implica mantenerse fieles a Jesús y superar el escándalo de la cruz. No quedarse en las realidades temporales, sino constatar las realidades que no se ven.

3.-Miremos hacia abajo

Cuando los discípulos: Pedro, Santiago y Juan, salieron del sueño, ante la transfiguración, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Pedro gozó de ese pedacito de cielo, e intentó quedarse allí, levantar tres chozas: una para Jesús, una para Moisés y una para Elías. Dice Lucas que Pedro no sabía lo que decía. Nosotros entendemos: no se puede volver al pasado, sólo a Jesús hay que escuchar; no lo podemos igualar con los profetas. Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.

Pero lo más importante de la incomprensión de Pedro está aquí, en algo que también nos sucede a cada uno de nosotros; que cuando estamos en la gloria, no nos gusta mirar hacia abajo. Cuando estamos en la abundancia de dones materiales y espirituales, se nos olvida, que hay que descender de la montaña y hacer nuestro propio camino hacia la muerte y la resurrección.

A Pedro se le olvida que su misión apenas empieza. Todavía le falta acompañar a Cristo en su éxodo, en su sacrificio en la cruz; le falta cofundar la Iglesia, confirmar a sus hermanos en la fe, ir a Roma, vivir la persecución y hacer su propio éxodo, morir en su propia cruz.

¿Tú cómo subes a la montaña, cómo entiendes tu éxodo, cómo desciendes del monte?

Regístre y rellene en el siguiente formato, los datos que se le piden y haga llegar a través de Internet y de manera gratuita sus Intenciones para la Santa Misa de la Divina Misericordia

El Pbro. Sidney Anibal Espinoza Huerta, ofrecerá por usted en la Santa Misa de los días lunes, todas las intenciones que usted envíe a través de esta forma especial, pidiendo la intercesión de la Divina Misericordia.

Sólo rellene las celdas con los datos que se le solicitan y al enviar, llegaran sus peticiones a los celebrantes respectivos. No olvide pedir por sus sacerdotes, por su Obispo así como por las Benditas Ánimas del Purgatorio y por todas aquellas almas por quien nadie se acuerda de pedir por su conversión.


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