Experimentar a Jesús
II DOMINGO DE PASCUA
CICLO C
Hch 5, 12-16; Sal 117; Apoc 1, 9-11. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31
Experimentar a Jesús
Al anochecer del día de la resurrección y también ocho días después, Jesús se introdujo a la casa donde los discípulos se encontraban escondidos por miedo a los judíos.[1] Quiso que salieran de sus temores experimentando los signos de su victoria y de su amor: los agujeros en sus manos y en el costado. Los discípulos se llenaron de alegría. No solo de constatar que su amigo y maestro que antes estaba crucificado ahora tenía la capacidad de estar con ellos; sino porque estando allí, experimentaron su amor.
Creo que a partir de ese momento, los discípulos aprendieron que a Jesús se lo encuentra en la nueva realidad del amor que crea comunidad. Cuando cada uno aporta los signos de su amor, igual que Jesús.
Como hemos escuchado, Tomás no quiso creer a través del testimonio de los discípulos, quería experimentar a Jesús directamente. Esta actitud de Tomás no es del todo reprobable; sin embargo, nosotros que vivimos dos mil años después, solo tenemos el camino del testimonio de sus discípulos y la experiencia de los signos de vida, para experimentar a Jesús. Igual que la Magdalena reconoció al Señor inmediatamente (20, 15-16) o el discípulo amado que “vio y creyó” ante el sepulcro vacío. (v. 8)
Experimentar a Jesús es muy importante hoy, sobre todo si tomamos en cuenta que el mundo vive como a puerta cerrada, lleno de miedos y de oscuridad. Es un mundo que entiende muy poco de la pasión y la cruz de Jesús; y, no obstante, necesita como lo más vital, experimentar a Jesús resucitado y misericordioso.
Intentemos tres actitudes para experimentar a Jesús
1 -Hay que comunicar la vida de Jesús
Igual que Pedro, que comunicaba vida hasta con su sombra a los enfermos que sacaban a las plazas por donde él pasaba. Nosotros tenemos la vida misma de Jesús resucitado a través de los sacramentos. Muchos hermanos alejados necesitan nuestro testimonio y la vida de gracia que llevamos.
Podemos ser comunicadores de vida desde la fe y el amor, como extensión de la vida que tenemos con Cristo. De hecho, hemos recibido el mismo Espíritu que en un día como hoy Jesús sopló sobre sus discípulos. Nos podemos considerar enviados no con poder, sino con responsabilidad de dar continuidad a la misión que Jesús recibió de su Padre: comunicar vida y vida que salva.
2 -Hay que leer los signos
San Juan entendió a través de un éxtasis que Jesús es el primero y el último, el viviente que estaba muerto y que ahora está vivo por todos los siglos. Esta experiencia es posterior a su visión del sepulcro vacío la mañana de la resurrección.
Nosotros tenemos la posibilidad de leer muchos signos de Jesús resucitado, desde la experiencia de la fe y del amor. Podemos acercarnos tanto como para tocar los signos de su victoria y de su amor: el costado herido y los agujeros de sus manos. Esto implica el sacramento del amor: La Eucaristía como lugar privilegiado del encuentro con Él.
Si no estamos en comunidad, nos puede pasar lo que a Tomás. Es unidos a la comunidad que encontraremos solución a nuestros problemas de fe.
3 -Hay que experimentar el amor
Lo que los discípulos experimentaron al ver a Jesús, y luego Tomás al tocar su cuerpo traspasado, es su amor de la manera más inmediata y pura. Quien tiene una buena imaginación puede verse a sí mismo en el cenáculo, inclinado, sosteniéndose del hombro de Jesús para inclinarse a besar sus manos agujeradas y su costado abierto.
La experiencia del amor de Jesús, nos hace destinatarios de su sacrificio. Entendemos que nos ama de manera particular.
Experimentemos a Jesús sensiblemente, en nuestra necesidad de amor; en la fe como certeza; sin haber visto, en la comunidad creyente.
[1] Esta presencia real de Jesús hay que purificarla de una imagen fantasmal. El evangelista Juan, nos dice que el Jesús que se hace presente en aquel lugar en medio de sus discípulos, es el mismo que antes estaba crucificado. No que su cuerpo se trasluzca como la representación que tenemos de un fantasma. Lo que Jesús desea es que sus discípulos se acostumbren a una nueva forma de su presencia en medio de ellos. Ahora estará siempre presente, a pesar de las dificultades que haya. Y su presencia será más eucarística y espiritual. Los discípulos aprendieron ese día algo que nosotros ya recibimos como presupuesto: que la resurrección no despoja a Jesús de su condición humana, sino que ha llevado esta condición a su cumbre.