2014


Celebramos a un rey humilde, hecho en la Cruz. Jesús, el que se hizo hombre y tomó el rostro de los que sufren y son marginados, es nuestro rey; con una manera de reinar distinta a la que el mundo reconoce.

Esto nos cuesta trabajo, ver a un rey que no porta los signos de la realeza en la riqueza, el poder y la fama, sino en la humildad y en el servicio.

En medio de un mundo de juicios parciales a las naciones o a la persona humana; en donde el resultado de gran parte de los juicios es condenatorio, ¿quién se toma la exclusiva de ser juez? ¿Quién puede autentificar su juicio?

Aunque nos parezca lejano, estamos acostumbrados a juzgar, a veces más de lo que somos conscientes.
Si nos preguntamos las veces que hemos juzgado a otros y el resultado de ese juicio, constataremos que no sirve de mucho juzgar así; nos queda una sensación de injusticia.
La razón es clara: no nos toca juzgar, al menos no usurpando el lugar de Dios.
El Evangelio es provocativo en diseñar la imagen del final de la historia o de nuestro juicio personal.
Al final de nuestras vidas habrá que dar razón de nuestros actos.

No vivimos para nosotros mismos, sino en el realismo de una comunidad familiar y universal que nos lleva preguntarnos por los demás.
Cristo, como Rey y Juez, nos muestra la única manera en que podemos juzgar entre nosotros: con realeza y misericordia, al modo suyo.
Por otro lado, nos recuerda que al final de nuestras vidas, lo que contará para vivir la plenitud de la vida eterna, será el amor, la manera en que permitimos que el amor nos transformara en imágenes de Cristo y de su misericordia para quienes nos rodean.
Cristo encuentra su poder para reinar y juzgar al mundo, en la humildad de su existencia terrena y nos muestra que reinar es servir.
Nosotros queremos encontrar aquí mismo nuestro poder para ser reyes y para juzgar con misericordia.
Este es el tema que nos acompaña en esta semana: juicio de misericordia.
Para avanzar en nuestra manera de juzgar pensemos estas tres ideas:

1 -Hay que permitir que el rey se acerque

 Ezequiel está triste porque los pastores de su pueblo han abandonado a las ovejas.
Nos anuncia a un Dios que no nos abandona, un Dios, pastor y rey que el mismo vendrá, así lo repite hasta tres veces Ezequiel
Yo mismo buscaré, apacentaré y haré reposar a mis ovejas.
Se trata de la cercanía del rey a quien le duele el sufrimiento y la lejanía de sus ovejas.
Nosotros podemos permitir que el rey se acerque, cuando no condenamos a la marginación a nuestros más cercanos, cuando en lugar de alejarlos los integramos en nuestro mundo de relaciones y de relación con Dios.

2 -Hay que ser solidarios con Cristo

 Morir como en Adán y resucitar en Cristo.
No es solo un dejarse llevar por el acontecimiento de Cristo; implica involucrarse en su movimiento salvífico.
Hay que ser solidarios con su causa; entrar en sus mismas luchas contra el enemigo, hasta vencer la muerte.
Con nuestros actos solidarios de cada día, empujamos el proyecto de Cristo y modificamos nuestro entorno. Esta solidaridad en Cristo, nos ayuda a vencer nuestros miedos y nuestras miserias.
Nos permite vivir en el mundo, pero con categorías nuevas; en un mundo donde la justicia y la verdad no son una parodia, sino una realidad que nace de nuestra nobleza, de nuestro ser regio en Cristo.
Así se puede disfrutar ya desde ahora, de la libertad interior y de la paz.

3 -Tomar posesión del reino

 Nosotros aspiramos a esto, a ser bendecidos al final de nuestras vidas, en el juicio personal con una elección amorosa de Dios.
Podemos imaginar nuestra muerte terrena por un momento; nos vemos en el ataúd, cuando nuestros familiares sufren y oran en nuestra partida.
En ese momento (simbólico) nosotros estaremos frente al rey-juez de misericordia, y lo único que contará de cuanto vivimos es el amor, la generosidad con la que aprendimos a amar.
Se toma posesión del reino preparado para nosotros desde la creación del mundo, de manera anticipada, cuando somos capaces de juzgar en misericordia; esto implica amar a los que sufren o están necesitados.
Primero los nuestros los cercanos, quienes muchas veces puedan tener hambre además del alimento físico, hambre de perdón, de compañía, de amor, o de familia.
El juicio en misericordia no solo prevé la asistencia a los pobres materiales, implica en ellos y en quien está a nuestro alcance, una misericordia mayor.


La parábola de los viñadores homicidas es un llamado profundo a responder a Dios por nuestra vida, y la de los demás.

Para entender mejor, hay que distinguir los personajes de la parábola: el propietario es Dios; los viñadores son los dirigentes del pueblo, somos cada uno de nosotros, de acuerdo con el nivel de liderazgo familiar, laboral o social del que nos toca responder; la viña es el pueblo de Israel, es la persona concreta a quien Dios ha elegido como hijo suyo, y el fruto, es el amor al prójimo, la justicia y el derecho en la persona humana.

Al centro de este episodio, se encuentra la exigencia de Cristo de “amar al prójimo”. Al centro se encuentra la persona humana como valor absoluto. Si Dios ama tanto al ser humano y nos los permite tener como viña, ¿por qué no lo amamos como Él lo ama? ¿Por qué no lo llevamos a ser pleno, a desarrollarse dando el fruto de la comunicación del amor?

¿Qué personas me ha arrendado Dios? ¿Qué personas son mi viña? Alguien puede pensar que son sus hijos, y ya entiende que no son suyos; o sus padres y hermanos, los amigos con los que hacemos una historia, y finalmente cuantos Dios ha puesto en nuestro camino, especialmente los más necesitados; para todos estos, que son de Dios, que son su viña, Dios quiere un desarrollo maduro en la experiencia del amor.

Quiere que experimenten en el amor de sus cuidadores, su mismo amor.
¡Qué importante que quienes creemos profundamente en el proyecto de Cristo, entendamos cómo se encontraba Jesús en el momento de dar esta enseñanza a sus discípulos! Se encontraba triste de contemplar a un ser humano postrado y maltratado, objeto de opresión, sin justicia, sin derecho y sin amor.

Hoy se repite la misma imagen, y Cristo nuevamente la mira con detenimiento: un mundo donde los dirigentes se han envilecido y han usurpando el lugar del propietario. Para convertirse en dueños se han rehusado a entregar los frutos y han matado a los siervos y al heredero.

Nosotros queremos entregar el fruto de las personas concretas que Dios nos ha entregado bajo nuestro cuidado. Queremos actuar en coherencia con la intención del propietario, colaborar con Él, para que su viña dé verdaderos frutos. No queremos actuar como dueños, que dominan y matan.

¿Podemos recordar si alguna vez, en estos años, nos hemos comportado como dueños?... y encontrar que somos dueños de nada, ni de nuestra propia vida, menos de la de otros.

Queremos ocupar nuestro lugar como arrendatarios, o administradores de todo lo que hemos recibido; pero, ¿cómo podemos persuadirnos de ser verdaderamente un arrendatario y no un propietario?
El Espíritu de Dios ilumina a cada uno, pero La Palabra de este Domingo nos permite poner cuidado en estas tres ideas:

 1 - Hay que ser conscientes del amor que el propietario tiene por su viña, el amor con el que nos la entregó

 En el hermoso cántico de Isaías encontramos una sensibilidad única del amor de Dios a la persona humana. Su deseo profundo de que produzca frutos. La solicitud de Dios por cada uno de nosotros es una verdadera poesía. ¿Qué más pudo hacer por el ser humano? Nos pide que seamos jueces de esto.
Si recordamos el amor que Dios ha puesto en cada uno desde el origen de la vida y en la historia de cada persona que forma nuestra viña; si recordamos la experiencia del amor de Dios, nos mantendremos como arrendatarios sin pretensiones de ser dueños dominadores.
La imagen de una mujer que llevaba diariamente su niño a la guardería, puede ayudarnos a comprender el amor de Dios por las personas que me ha entregado. Cada día esta mujer, al ir a recoger su niño, empezó a descubrir que su pequeño regresaba triste, huraño, y con hambre, hasta que descubrió que se lo maltrataban, lleno de moretones. La gran pregunta de ella era: ¿No podía esa encargada de la guardería tener entrañas de amor, de madre? ¿No podría, cuando menos, descubrir que lo que le entregaba era más valioso para mí que yo misma? ¿Qué cada mañana al entregárselo, lo hacía solo después de bañarlo, arreglarlo y alimentarlo con todo mi amor para que estuviera bien? ¿No pudo siquiera hacer sentir a mi hijo en casa, transmitirle lo mínimo de mi amor?
 Así me parece que nos entrega Dios a las personas, siguiendo el cántico de Isaías. Así nos ha entregado mutuamente a nuestros hijos, a nuestros padres y hermanos, a nuestros amigos y a cuantos la providencia ha querido poner en nuestro camino.

2 - Hay que ser agradecidos

 Pablo a los Filipenses, no llama a descubrir la riqueza que hemos recibido para desarrollarnos en la plenitud del amor. La cerca, el lagar y la torre que el propietario de la parábola en el evangelio puso en su viña, eran las riquezas suficientes para cumplir con el trabajo de hacer producir frutos.
Aquí, en Pablo, esas riquezas para que nuestra viña produzca frutos, son lo verdadero, lo noble, lo justo y puro, todo lo amable y honroso.
Para ser un buen arrendatario, hay que agradecer que el propietario nos llenara de riquezas en la familia que nos dio, en las personas con las que nos ha permitido coincidir, es desde estas personas, por pequeñas o pobres que nos pudieran parecer, desde donde nos ama Dios.
¿Podemos recordar ahora el momento de nuestra vida en que nos dimos cuenta que Dios nos amaba mucho?

3 - Hay que responder por los demás

 Lo que el propietario de la parábola demanda al requerir los frutos, no es en un primer momento la persona que conforma la viña, sino los frutos de esa persona que nos ha sido confiada. Responder por lo que Dios nos dio no significa producir frutos en lugar suyo, sino asegurarnos que haya experimentado el amor con el que Dios lo ama, a través de nuestra persona, y que desde esa experiencia, pueda producir el fruto de “el amor al prójimo”.
El propietario pide los frutos. Sería bueno en un día como hoy, preguntarnos si ya hay frutos y si ya me los ha pedido el propietario.
En esta etapa de nuestra vida, ¿Dios ya nos ha requerido los frutos? Siguiendo la parábola, ¿Ya nos los pidió la primera vez y maltratamos a los enviados, o ya la segunda vez?
Jesús termina preguntando: ¿Qué hará el dueño con aquellos viñadores? Y los presentes le respondieron: Dará muerte a esos desalmados; es decir, a esos que no tienen capacidad de amar, ni a Dios ni a los demás.

¿Qué tan desalmados no hemos vuelto? ¡Qué bueno ser arrendatarios y no dueños!



El encuentro de Jesús con la samaritana, nos despierta sentimientos de ternura, de paz y de amor.

Muchos desearíamos sentarnos en aquel brocal del pozo, y de recibir de Jesús una visión más liberadora y universal de nuestra fe; que nos arranque de nuestro reduccionismo religioso y haga brotar en nosotros un manantiald e vida nueva.

La samaritana, que siempre acudía al mismo pozo, descubrió en Jesús al Mesías.

No requirió de un milagro alguno, sólo del encuentro con Jesús, que con sus palabras se ha introducido en el manantial interior de la mujer.

La hizo descubrir que su fe es mucho más que un ritualismo, es el don que la hace persona delante de Dios.

Igual que ella, nosotrospodemos dialogar con Jesús y hacernos las preguntas más importantes de nuestra vida: ¿Por qué si vivo mi fe, de la mejor manera, parece que no se apaga mi sed interior? ¿Cuál es el verdadero culto a Dios? ¿Dónde está el agua de la vida? Si Jesús sabe todo lo que hemos hecho, “me dijo todo lo que he hecho”, ¿Lo reconocemos como Mesías?

El Evangelista Juan ha querido que nos detengamos en este signo de universalidad de Dios y de la recuperación de nuestra identidad.

En elfondo todos los pueblos llevamos una fuente de vida que es la del Espíritu de Dios.

Pero es necesario quitar los obstáculos para abrevar de esa agua viva, tales como: la idolatría y los nacionalismos; pensar que la relación con Dios es cultual y no personal. Y pensar a Dios de manera exclusiva, acaparadora o excluyente.

Desde esta imagen de la samaritana, descubramos nuestro propio manantial interior; intentemos estas tres actitudes:



1. Descubramos nuestra sed



La samaritana pretendía apagar su sed en la antigua tradición. ¿Cuál es nuestra sed? ¿En dónde hemos intentado apagarla? ¿Por qué seguimos con sed de Dios? Quizás es porque el agua que bebemos no se convierte en nuestro interior en manantial de vida, no llega a la raíz.

Quizás porque nuestra relación con Dios ha sido cultual y no personal.



2. Descubramos la gratuidad de Dios



El apóstol Pablo nos dice que dificilmente habrá alguien que quiera morir por un justo; sin embargo, Cristo muriópor nosotros, cuando aún eramos pecadores.

Es decir, cuando parece que no merecíamos nada.

La samaritana dscubrió también la gratuidad de Dios en aquel pozo. Si Jesús le pidió agua, fue sólo como una muestra mínima de solidaridad.

Si descubrimos la gratuidad de Dios, hemos de ser solidarios con toda persona, por encima de las barreras políticas, cultuales y religiosas.

Demos con nuestra conducta una prueba elemental de humanidad.



3.- Descubramos el donde Dios



Es su Espíritu, dinamismo de vida y de amor. Esta gracia suya nos comunica la capacidad de amar desde lo más íntimo. la ley externa despersonaliza o cosifica; la ley del Espíritu personaliza y comunica una vida alta que supera todo, inclusola muerte.

La práctica del amor es lo único que puede saciar nuestra sed, o nuestras ansias de eternidad.

El espíritu que nos personaliza, es el lugar del verdadero culto a Dios. Nuestra misma existencia dedicada al bien.



Después del Pozo ¿Cómo está nuestro manantial interior? Abrevemos en él.


V DOMINGO ORDINARIO

CICLO A

Is 58, 7-10; Sal 111; 1Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16


Ser luz y sal significa servir de orientación para los demás. Eso quiere Jesús de cada persona que lo sigue; que seamos capaces de traslucir su verdad a modo de cristal o espejo, y que nuestro testimonio sea tan fuerte que nadie lo pueda derrumbar.

La exigencia de ser luz y sal, viene después de las bienaventuranzas, para entender que la manera concreta de orientar al mundo ––de manera especial al mundo no creyente––, son las obras concretas del amor. La luz y la sal no son para sí mismos, sino para los demás. Así estamos hechos en Cristo, esta es nuestra nueva identidad. En nuestro nuevo código genético de cristianos está latente una identidad que hay que despertar.

Sabremos quiénes somos en verdad, recién cuando actuemos el amor. El mundo necesita que le demos el sabor de nuestra sal; pero, sobre todo, el sentido de incorruptibilidad. La sal sirve para que los alimentos no se corrompan, tiene la capacidad de conservar y de dar consistencia. El mundo necesita nuestra luz, la que dejamos pasar como cristales o espejos, aquella luz que hemos recibido de nuestra relación con Dios.

No es abusivo que un día como hoy nos preguntemos: ¿Qué tanto sirvo para darle consistencia a los demás, qué tanto para iluminar las realidades temporales con la verdad de Dios? Y, lo más importante: ¿Quién soy realmente en el proyecto de Jesús?

Si queremos dar a nuestro entorno consistencia y rumbo, intentemos estas tres actitudes:

1 -Actuemos el amor

Isaías es directo: comparte tu pan con el hambriento…entonces surgirá tu luz. Sabremos quiénes somos cuando actuemos el amor.

Hacer el amor implica dejar de oprimir. Esta característica de Isaías es todo un itinerario espiritual. Bastaría intentar esta actitud diario para modelar una nueva vida: ¡hoy dejaré de oprimir!

Actuar el amor exige, también, salir de nuestro pasado de heridas, para dejar pasar la luz.

El amor en acto brilla en nosotros de una manera tan especial, que en cualquier lugar de tinieblas, nuestra oscuridad será como el mediodía.



2 -Anunciar la ciencia de la cruz

El evangelio de Cristo es el evangelio del amor, y éste se completa en la cruz. Nuestra identidad nueva demanda convencer por medio del espíritu, y no por medio de la sabiduría humana.

Si somos capaces de anunciar la ciencia de la cruz, es porque somos testigos de ella; la cruz nos es familiar. Tiene para nosotros una ciencia que nos falta por alcanzar.

Anunciar el evangelio de la cruz, implica atreverse a subir en ella; es decir, a ser don. Quien no se atreve a pasar por esta experiencia, corre el riesgo de dejar la parte más grande de sí mismo sin explorar. ¿Dónde está tu ciencia? ¿Dónde está tu ser más profundo?

3 -Permitir que brille el esplendor de Dios

Lo que brilla en cada uno, no es del todo nuestro, es solo un pálido reflejo del esplendor de Dios.

Mientras más brillo alcanzo, más es Dios en mí y más descubro quién soy. Esta es mi identidad nueva, la que viene de mi ser en Dios; por eso el mundo la necesita. Se requiere ser luz y sal, para dar consistencia el mundo y para dirigir su rumbo.

¿Qué brilla en ti? ¿Qué, de todo eso que te brilla, es de Dios?



IV DOMINGO ORDINARIO

CICLO A

Sof 2,3; 3, 12-13; Sal 145; 1Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12

En el sermón del monte Jesús vació su corazón; las enseñanzas de aquel día, se podría decir que son muy suyas, casi exclusivas; no beben de los demás preceptos judíos. Debió ser una gran fiesta para quienes lo escuchaban, ver a Jesús cargado de alegría.

Él quiere que cuantos lo siguen, experimenten la alegría del reino; pero éste se inicia con la inversión de valores en la sociedad. Esta alternativa de Jesús rompe con cualquier frontera, paradigma y condicionamiento político, religioso o social.

Jesús está gritando una liberación de estructuras caducas y de maneras de ver el mundo, a Dios y al ser humano. La felicidad auténtica no se encuentra en los poderosos que parecen reinar, sino en los que se gobiernan a sí mismos con las categorías del reino.

Las bienaventuranzas que escuchamos hoy, son un signo de contradicción. Quienes las escuchamos con seriedad, no podemos ocultar que nos sentimos atraídos. Se antoja dejar las categorías sociales que endurecen nuestro rostro, nuestras relaciones y nuestro corazón, tales como el sometimiento a quienes ostentan el poder económico o político, la violencia y el dominio.

La felicidad auténtica, se vive de la mano con la libertad. En este sentido, nadie que no se libere de visiones reductivas, puede alcanzar la felicidad. El reino que propone Jesús es ante todo un reino de personas libres.

Para intentar una felicidad auténtica, intentemos estas tres actitudes:



1 -Hay que ver a Dios como lo ven los humildes

Como aquellos que dependen de Dios, y por eso le cumplen. Podríamos preguntarnos: ¿En lo cotidiano de mi vida, cuánto dependo de Dios? Los humildes intentan no cometer maldades ni conducirse con mentira.

La lengua embustera de la que habla Sofonías en la primera lectura, expresa mucho cómo es el mundo sin las categorías del reino.



2 -Hay que invertir nuestras categorías de relación

Si sabemos que debemos todo a Dios, es más fácil vivir de tal manera que nuestro orgullo sea Él y no los poderosos del mundo.

Pasar de los criterios humanos que encumbran a los sabios, a los fuertes, a los que valen, pero que se glorían de sí mismos; a los criterios de Dios, que quiere injertar a los desamparados, ignorantes y pobres en un nuevo orden de justicia, santificación y redención.



3 -Hagamos de la libertad y la felicidad algo cotidiano

¿Qué tan seguido eres libre y feliz? Ese es el punto de llegada.

Ser pobre desde el sermón de la montaña implica, más allá de la pobreza sociológica, la pobreza de espíritu: son pobres así, quienes “eligen” como un acto interior de su inteligencia y voluntad, vivir primero de Dios y luego del dinero. Tienen a Dios por Rey, porque el reinado de Dios pondrá fin a sus miserias materiales y espirituales. ¿Cómo somos de pobres? ¿Cómo de miserables?

Las libertades que nos da la opción por la pobreza son tres: fin de la opresión para los que sufren; libertad e independencia para los sometidos; saciedad de la justicia para quienes estaban insatisfechos. Pero el opresor, viendo a quienes libera, se libera de sí mismo y a sí mismo.

De las bienaventuranzas, se proponen cuando menos tres labores para quienes quieren seguir este itinerario de libertad y felicidad del reino: prestar ayuda, es decir, la misericordia recíproca; vivir con limpieza de corazón, de conducta sincera; hacer posible la paz. Esto nos hace semejantes a Dios.

Cuando se experimenta la auténtica felicidad en el ejercicio de las categorías del reino, la persecución viene como sello que corona la fidelidad de nuestra opción. La persecución a este punto no es un fracaso, sino la confirmación misma de que hemos vivido las bienaventuranzas; es decir, hemos vivido libres y liberando personas. Experimentar que Dios reina, hace que la persecución sea recibida con alegría.










Este evangelio de Mateo, a diferencia de Marcos, subraya el hecho de que Juan Bautista se resiste a bautizar a Jesús.
¿Cuál es la razón? Que Juan reconoce a Jesús como Mesías.
Si se opone a bautizarlo es porque el tipo de bautismo que él realizaba era de conversión y de juicio; por tanto, un bautismo para pecadores, que intentan dar muerte a su pecado; esto no coincide con el Mesías, que no tiene pecado y que es vida plena.
 Jesús insiste en ser bautizado “para cumplir todo lo que Dios quiere”; además, para inaugurar su bautismo  que es de compromiso y de misericordia; un compromiso de vida, de dar la vida.
Es un compromiso tan grande y elevado que una vez que es bautizado, Dios responde: “Al salir Jesús del agua… se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios”.
A partir de su bautismo, quedó garantizada una comunicación ininterrumpida de Dios con Jesús expresada por el Espíritu Santo manifestado en forma de paloma.

 Al centro del episodio del bautismo en Mateo, encontramos estos dos contenidos:
Dios está en medio de nosotros, a través de Jesús, y viene para salvarnos.
Jesús es Dios, acreditado por su Padre, y es capaz de entrar en la esfera divina.
Gracias al bautismo, nosotros recibimos la vida nueva de Dios, la vida de la gracia que nos capacitó, en Jesús, para entrar en relación personal con el creador.
Esto lo recibimos para toda nuestra vida terrena y para la eternidad.
Como respuesta a este gran don de nuestro bautismo, podemos comprometernos con la vida, dar la propia vida por el proyecto de Jesús.
De manera especial hoy, cuando vivimos en medio de un mundo de muerte, que vive un compromiso pobre por la vida.
Intentemos tres actitudes:

1 -Comprometámonos como siervos

 Es decir, no con nuestras solas fuerzas, sino sostenidos por nuestro Señor, el mismo que anunciamos. Él nos da su gracia, y no nos condena.
 Nuestra misión como siervos, es hacer brillar la justicia de Dios.
El orgullo de los siervos es que su Señor brille majestuoso con su poder.
 Comprometerse como siervos, implica tener la sensibilidad de los más pobres y alejados.
Nuestro compromiso ha de venir desde abajo, como anuncia el profeta Isaías, en la primera lectura, se traduce en abrir los ojos de los ciegos y sacar a los cautivos de la prisión y a los que habitan en las tinieblas.
Porque los siervos, sabemos lo que significa estar ciego y preso.
 En este sentido, implica entender que, aunque hemos recibido el Espíritu de Dios por el bautismo, no somos los dueños.

2 -Ayudando a salir de las dudas de fe

 Pedro cayó en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas; los que nos comprometemos a dar vida, estamos llamados a pasar como Jesús, haciendo el bien, haciendo sentir la paz de Jesús Mesías.
 Muchos deben experimentar que Jesús abraza nuestra condición humana y acepta a todo el que practica la justicia.

3 -Comprometámonos como ungidos

Es decir, como llenos de Espíritu Santo y del favor de Dios.
Como creaturas nuevas. La experiencia sensible de Jesús, al ver descender al Espíritu Santo en forma de paloma, alude al Génesis 1,2 el principio de la creación.
Ahora podemos entender que con el bautismo se culmina esta creación y nosotros somos una nueva creatura, capaces de la plenitud humana y divina.
 Fuimos ungidos para la misión, para liberar y experimentar el favor de Dios.
Hemos de hacer visible nuestra nueva creación, nuestra nueva hechura en Dios.
Estamos capacitados por el Espíritu para complacer a Dios.
¿Cómo hacemos que Dios tenga en nosotros sus complacencias?


 El relato de la adoración de los “Reyes Magos”, es un pasaje luminoso y sorprendente que provoca de inmediato nuestra imaginación. La verdad que describe el evangelista Mateo ––que es el único que narra este episodio––, radica primero: en entender que Dios se manifestó al mundo, introduciéndose en la historia envuelto en su propio misterio. Que a partir de la Encarnación nadie es extraño, todos somos hermanos. Y luego: en descubrir que el Niño Dios, es un Rey superior a todos los reyes de la tierra; que viene de más lejos que cualquiera y trae dones superiores a los meramente humanos. Que es un Rey que rige por la justicia, la paz el amor. Y, por tanto, un Rey que rompe las barreras geográficas, culturales, políticas y religiosas.
 Si reflexionamos con calma la simbología de este relato tan colorido, podremos recoger mucho fruto espiritual. Pensemos cómo buscar al gran rey, desde nuestra propia experiencia de vida, desde nuestra propia ciencia, humana e intuitiva. Hacerlo es algo muy importante, de manera especial ahora, cuando vivimos en medio de un mundo acostumbrado a la comodidad; en el que ya pocos quieren salir de sí mismos y de su confort, para ir al encuentro de la vida y de la persona humana. Podemos buscar al estilo de esos “Reyes Magos”, saliendo de nuestro pequeño reino. Hay que partir de la certeza de que en el Nacimiento del Niño Dios, se está cumpliendo el designio que Él mismo trazó desde antiguo. No alcanzarlo sería quedarnos en la penumbra, de frente a una realidad más grande y luminosa que cuanto hemos conocido.
Intentemos tres actitudes para encontrar a nuestro rey

1 -Hay que levantarse
 Empezar a resplandecer como comunidad e individualmente, aceptando que nos llegó la hora de la luz y de la gloria de Dios, como anuncia Isaías en la primera lectura. Podemos ver desde la fe, cómo todo aparece tan claro cuando las tinieblas que nos tienen sometidos, empiezan a disolverse.
 Hoy podemos levantarnos y caminar, convertirnos en buscadores del misterio de Dios; hemos de abandonar las maneras ficticias de levantarse, como son las dinámicas de auto-estima o las drogas para pasar la noche o la depresión. Si salimos a buscar, guiados por la fe y la esperanza, encontraremos los dones de Dios.

2 -Hay que interpretar los signos
 Los Reyes Magos, con todos los conocimientos que habrían podido acumular en su vida, supieron que no habían llegado al tope del conocimiento científico y teológico; no tenían, por ejemplo, la totalidad del conocimiento sobre: la verdad, la vida y el amor.
 A través de esta simbología nos enseñaron la igualdad de los hombres ante Dios, y que ante Él no hay excluidos.
 Nosotros hoy podemos hacer vida la autenticidad del nuevo rey y seguir su rastro. San Pablo nos recuerda, que la gracia de Dios se nos confía por revelación. Solo así se puede entrar en el misterio. Debemos interpretar con humildad y con certeza los signos que aparecen ante nuestros ojos. Y entender que por medio del evangelio, todos los pueblos de la tierra somos coherederos de la misma herencia en Jesucristo Rey.

3 -Hay que adorar como nuevos reyes
 Sin perder nuestra dignidad, nos adherimos al proyecto superior que viene en Jesús. No perdemos nada, al contrario, crecemos en nobleza y en la paz.
 Adorar así, implica gozar de la pareja real: el Niño con su madre. Y entregar nuestros dones como sumisión y, al mismo tiempo, como alianza. Al ofrecer nuestros dones iniciamos una atenta observación y escucha de los signos de Dios y de los hombres: la búsqueda de la verdad, la perseverancia en el camino, la sensibilidad para entender los sentimientos más profundos del ser humano, tales como: la alegría, la adoración, la ofrenda de sí mismo a Dios.

Diocesis de Celaya

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