2015


En esta tercera etapa de nuestro camino de Adviento, el Evangelio nos presenta la inquietud de tres diferentes grupos que han sido alcanzados por la predicación de Juan Bautista.
Todos ellos han entendido que ha llegado el momento de una verdadera conversión y por eso preguntan: “¿Qué debemos hacer?”. Si nos fijamos bien, ante la predicación del bautismo de conversión para el perdón de los pecados: “la gente, los publicanos y los soldados” que conformaban los tres distintos grupos, no preguntaron: Qué debemos pensar o qué tenemos que creer, sino “Qué debemos hacer”. La buena noticia es operante. Lleva la exigencia de modificar el paisaje social y esto mismo genera en quien lo intenta, una Alegría muy particular. No la alegría simple de quien recibe un don o un beneficio, sino de quien experimenta la posibilidad de modificar su entorno.  Cualquiera que descubre que hay algo de valor que puede alcanzar, inmediatamente se alegra intentando hacer lo que sea necesario para lograrlo. Quienes escucharon a Juan, experimentaron esto: que podían dar un giro a sus vidas y a la vida social en la que se desenvolvían, sin grandes aspavientos, solo haciendo lo justo y ejercitando la caridad. Nosotros escuchamos lo mismo que ellos escucharon de Juan, por eso tomamos esta ruta en la tercera semana de Adviento, queremos Alegrar el mundo. Pero, ¿cómo hacerlo?

Intentemos tres actitudes:

1-Vivamos la alegría del aliento

 Los gritos de Sofonías sobre el pueblo de Israel, pueden escucharse hoy con verbos cargados de sentido: canta, da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de todo corazón; son voces que nos animan para descubrir que Dios, poderoso salvador, está delante de nosotros, ya a la puerta en el Niño que viene a nacer. Dios se goza, se complace en quienes hacemos un esfuerzo. Dios hace causa con nosotros porque se pone en medio como en los días de fiesta.
La alegría del aliento tiene una faceta horizontal, se experimenta en compañía de quienes esperan el día del Señor. Implica gozarse con el otro, a modo de alentarse y confirmarse mutuamente en la experiencia del amor.

2 -Experimentemos la alegría de la templanza

 San Pablo exhorta a los filipenses para que vivan la alegría, cuando todavía está en prisión y se encuentra frente a una eventual condena a muerte; y aun así, en la prueba, alcanza un estado de serenidad que quiere compartir con sus hermanos. Quiere que experimenten la alegría que viene de la benevolencia de Dios; la seguridad de que el Señor regresará le permite no inquietarse, más aun alegrar a sus discípulos reavivando en ellos la experiencia del amor. Ser benevolentes con los demás implica amar, incluso, a quienes nos hacen un mal. Encontrar la paz de Dios en medio de la dificultad, sobrepasa toda inteligencia humana, y eso mismo es ya motivo de Alegría. Se puede permanecer firme en la prueba custodiando esta alegría y la paz, custodiando nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. ¿Cómo custodio mi alegría y mi paz?

3-Tengamos la Alegría de la enmienda

 La enmienda es de índole ética y social, nace de una conversión auténtica. No consiste en observar la ley por la ley, sino en comprometer nuestra persona para dar lo mejor a los demás.
 Cuando uno se enmienda, recupera la imagen más nítida de su bondad y los principios que le garantizan una vida mejor para sí y para la comunidad.
Aquí está el efecto de la enmienda: Alegrar al mundo. Participar para que el mundo sea mejor, mientras viene el que da sentido a todo cuanto existe: Dios en medio de nosotros.
 Los tres grupos que preguntaron a Juan: ¿Qué debemos hacer?, encontraron una respuesta: la gente, que comparta sus bienes; los publicanos, que dejen de explotar al pueblo; los soldados, que eviten la injusticia. Aquí está la alegría que dura y transforma la sociedad y la entinta de esperanza.
 Para hacer posible la alegría de la enmienda, se requiere el Espíritu de Dios, sin el cual el “hacer humano” es solo una pobre sociología, que dura lo que dura una motivación débil.
Solo el Espíritu de Dios puede vencer nuestro natural egoísmo y alimentar nuestra pasión por alegrar el mundo de manera mantenida. ¿Cómo respondemos a la pregunta Qué debemos hacer? ¿Cómo estamos alegrando al mundo?


En este segundo domingo de Adviento, escuchamos que el evangelista Lucas, insiste en situar históricamente el nacimiento de Cristo.

Le importa decir que Dios ha entrado en nuestra historia y nos trae una buena noticia.
Cuando leemos en este evangelio que en ese tiempo “vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan”, entendemos que Dios desea dialogar con nosotros.

Si en nuestro tiempo no se percibe la Palabra de Dios, no es porque Dios haya dejado de hablar, sino porque nosotros hemos silenciado Su voz.

Consciente o inconscientemente hemos callado las voces proféticas, y también la nuestra.
Ser voz profética en este tiempo de Adviento y como actitud espiritual en nuestra vida, es la gran oportunidad que tenemos para dejar huella en la historia.
Si lo pensamos bien, entre el Bautista y nosotros hay una estrecha relación.
Entre Juan Bautista y los otros profetas hay una diferencia y una continuidad: ellos anunciaban a Cristo desde lejos, Juan lo pudo señalar con el dedo.

Entre Juan Bautista y nosotros sucede de manera semejante: él lo pudo ver y señalar con el dedo, nosotros lo tenemos en las manos y en el corazón, desde La Palabra y la Eucaristía.
Juan preparaba el camino del Señor, nosotros lo estamos andando.

 Cuando asistimos a un momento de la historia en que la voz de los líderes se quiebra y se apaga; o escuchamos voces que se pierden en el abismo de la indiferencia, se nota con mayor claridad la necesidad de una voz auténtica, con contenidos de liberación y de salvación.  Esta voz puede ser la tuya o la mía, si nace de la experiencia de Dios.

Para ser voz profética intentemos estas tres actitudes:

1-Dejemos el luto

Aquello que ahoga nuestras comunicaciones más importantes, las de la vida y las del amor.
Si nos atrevemos a dejar el luto como invita el profeta Baruc en la primera lectura, nos pondremos de pie, alzaremos la cabeza y nos sabremos reunidos por la voz del Espíritu.
Dejar el vestido de luto  implica gozar de entender que Dios se acuerda de nosotros y nos llama a hacer un camino.
Valdría la pena preguntarse ¿Cuáles son mis lutos? ¿En qué momento me endosé el vestido que apagó mi alegría y mi esperanza? ¿Por qué insisto en vestir así?

2-Caminemos hacia la perfección

 Para el apóstol Pablo, la vida del cristiano ha comenzado en Cristo, y es el mismo Cristo que nos irá perfeccionando, hasta el día de su venida; pero esto no sucede en automático, implica hacer un camino concreto en el amor.
Si crecemos en el amor lograremos dos efectos: la clarividencia para distinguir lo mejor y la conducta coherente con el amor.
Es la manera de llegar limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo.
Hacer el camino conlleva la aventura de la conversión.
Hay que atreverse a cambiar de mentalidad.  Descubriremos cómo todo se empieza a acomodar.
La sensación del orden interior y exterior es una excelente garantía de que caminamos hacia la perfección.
La voz profética que queremos ser en medio de nuestra sociedad, nace aquí, en la autenticidad de la experiencia de vida y de amor en Dios.

3 -Hay que irrumpir en la historia

 Si nos atrevemos a ser voz profética,  es porque somos conscientes de estar marcando el kronos-tiempo, con la esperanza de la vida nueva en Cristo.
Podemos meditar que somos continuadores de Isaías, de Juan Bautista, de Jesús, y de los apóstoles.
Es la manera en que juntos empujamos la humanidad hacia la culminación de la historia, hacia su liberación.
Ser voz profética implica escuchar a Dios que nos habla hoy: en la Sagrada Escritura, leída e interiorizada en la oración; en las acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, por medio de los pastores y desde el testimonio de los Santos y de los Mártires
Parece que ser continuadores de la misión profética no es sencillo, pero es una gran aventura que justo hoy nos dará lo que más estamos necesitando para recibir a Jesús, que viene a nacer en medio de nosotros.
¿De qué manera estás irrumpiendo en la historia, en tu historia personal, familiar o social?



Se enchina la piel al escuchar el evangelio que narra el diálogo entre Pilato y Jesús.
Los demás evangelistas reportan la pregunta de Pilato: “¿Eres tú el rey de los judíos?” pero solo Juan narra este fabuloso diálogo.

En él encontramos la soberanía con que se conduce Jesús frente al gobernante del poder romano.
De ese diálogo podemos destacar las dos personas, si se quiere, como dos reyes: uno que está turbado, tiene que gobernar, pero no sabe cómo.

El hombre que tiene enfrente lo rebasa con mucho en la comprensión de cuanto ahí sucede.
La personalidad de Jesús lo aplasta, porque ejerce una realeza distinta, espiritual.
Del otro lado Jesús, a quien no le falta nada.

Se conduce con absoluta libertad y dominio de sí.
Ha informado al gobernante del origen de su realeza y su misión: viene de Dios para ser testigo de la verdad.

Conocemos la secuencia del diálogo: Pilato pregunta por la verdad porque no está informado.
No puede dar testimonio de nada, está lejos de la experiencia religiosa del pueblo.
Al final de ese diálogo, no sabe nada, está aturdido, solo puede balbucear: “¿Y qué es la verdad?”.
Parece que a los reyes de este mundo les sucede lo mismo: la verdad fundamental de todo cuanto acontece, se les escapa.

No se arriesgan a experimentar lo esencial de la vida del pueblo y su relación con Dios.
Por eso hay tantos juicios equivocados.

 En medio de un mundo con abuso de poderes, de poderes temporales y de imperios que esclavizan, está la alternativa de Jesús: reinar desde una soberanía nacida del amor.

Y proclamar la segunda venida de Jesús en la que ya no habrá subordinación a la cruz como fue en la primera, sino en la que el Rey de reyes vendrá rodeado y glorificado por una multitud de ángeles.
Intentemos tres actitudes:

1- Ejercer el poder como servicio

En la visión de Daniel, de la primera lectura, el semejante al hijo del hombre, es Jesús.
Pero por extensión es cada uno de nosotros, que nos hacemos semejantes y recibimos soberanía para servir.
Jesús ejerce un poder contundente al entregarse.
Así desarma la violencia, le quita poder destructor y caótico al dominio de los poderes temporales.
Tiene el poder de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte.
El poder del amor que sabe llevar a la paz.
Este reino de gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. ¿Cómo ejercemos nuestro poder?

2 - Considerar los frutos de nuestra soberanía en Jesús

 Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados con Su sangre e hizo de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre.
Es en Él en quien podemos liberar del pasado que pesa a nuestros opresores.
Es gracias a su manera de reinar, que nosotros podemos construir el nuevo reino de Dios.
 ¿Qué frutos hemos obtenido en el ejercicio de nuestra soberanía?

3- Gobernar desde el testimonio

 La verdad nos hace libres y soberanos.
En nombre de Cristo, de la verdad y de la justicia, podemos oponernos a los halagos de los poderes terrenos y desenmascararlos incluso sellando nuestra fidelidad con el martirio.
Ejercer nuestra soberanía como testigo de la verdad, implica entregarse como Jesús, voluntariamente, cortando toda posibilidad de violencia.
Implica un amor semejante al suyo, que antepone la fidelidad a Dios, antes que a los poderes que dominan.


por Pbro. Dante Gabriel Jiménez Muñoz Ledo
XXVIII Domingo Ordinario Ciclo B
Sab 7,7-11; Sal89; Heb 4,12-13; Mc 10,17-30

 El hombre rico que vino corriendo y se postró ante Jesús para preguntarle qué hacer para alcanzar la vida eterna, era un hombre bueno. Había cumplido los mandamientos desde su juventud. Buscaba mejorar su vida espiritual. Pero le pareció que Jesús tendría una novedad que superaba la enseñanza de los fariseos. Quiere asegurarse de que está haciendo todo lo necesario para alcanzar la vida después de la vida.

 Jesús lo mira con amor y pone ante sus ojos lo que le falta para alcanzar la perfección. Le propone cambiar de criterios. Aceptar que la bendición que Dios le dio en sus riquezas, sirven para este mundo, pero no para el otro. Sirven si se viven con justicia.

 Nosotros hoy, igual que este hombre rico, queremos hacer lo que nos falta para alcanzar la vida eterna. Nos toca cambiar nuestros paradigmas. Quizás lo que nos falta por hacer no sea deshacernos de los bienes o desapegarnos de ellos, sino algo distinto.

 Puede ser que tanto el hombre rico como nosotros, individualmente, seamos justos. Pero es probable que nuestras riquezas o el uso de ellas estén implicadas en la injusticia social. Hacer lo que nos falta, tendría que ver con eliminar la base de la injusticia: la desigualdad y las dependencias avasalladoras.
 Cada uno tiene que examinarse e intuir qué le falta para alcanzar la plenitud en Dios.

Para intentar un itinerario alcanzable, conviene quitarnos la inseguridad como la tenía el hombre rico y confiar en la propuesta de Jesús. Intentemos estas tres búsquedas:

1- Confiemos en la Sabiduría
 Hay que suplicarla a Dios e invocarla en los momentos decisivos de la vida. Crear nuestra riqueza a partir de ella. La sabiduría en nosotros está haciéndose, haciendo historia; por ello es importante vivir desde ella antes que desde la pretensión del dominio que viene del dinero. Es mejor que nuestras relaciones sean mediadas por la Sabiduría que por la riqueza económica. Porque el dinero falsifica nuestra relación con Dios y con los hermanos.

2- Confiemos en la Palabra
 Ella descubre en nosotros a un luchador postrado, pero a uno que admira a su adversario. Se trata de una conquista mutua. Nuestro vencedor nos ama en la belleza de nuestra impotencia, porque ha llegado hasta el tope de nuestro ser, hasta el tuétano de nuestros huesos. Han quedado al descubierto las razones de nuestra lucha y eso es algo que Dios Palabra ama de nosotros.
 Esta lucha acaba por generar una relación nueva entre Dios y nosotros, no de esclavo y conquistado, sino de amigo o de hermano.

3- Confiemos en la subsistencia
 Los discípulos de aquel entonces se espantaron, igual que nosotros hoy, de una exigencia tan grande como la de deshacerse de los bienes para alcanzar la vida eterna. Y se plantean la pregunta: si hacemos eso, ¿quién podrá subsistir-Sôthênai, escapar de la indigencia? Es decir, ¿para alcanzar la vida eterna es condición indispensable que seamos pobres, en el sentido de indigentes? Y hemos de responder: NO. Jesús no está proponiendo el acto irresponsable de abandonarse a la providencia divina en cuestiones materiales. Muchas personas gozan de un trabajo y de un sueldo; sería irresponsable dejar de producir para engrosar las filas de desempleados y mendicantes. Lo que hemos de entender es que siempre nos falta algo para completar la justicia social en el uso de nuestros bienes. Se trata de vivir sin apegos y eliminar la base de la injusticia en la que puedan estar implicadas nuestras riquezas.

 Vivir en la subsistencia, implica vivir en la simplicidad de nuestra persona, sin tantas dependencias, lo más sobrios posibles, aunque tengamos grandes negocios. Implica vivir subsidiaria y solidariamente nuestras riquezas. Se trata también de vivir la vida como el tiempo propicio de hacer la maleta para el viaje más importante de nuestra vida. Hacer la maleta es hacer lo que nos falta para alcanzar la vida eterna, invertir nuestra escala de valores y emprender un camino propio de santidad.

Diocesis de Celaya

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