diciembre 2015


En esta tercera etapa de nuestro camino de Adviento, el Evangelio nos presenta la inquietud de tres diferentes grupos que han sido alcanzados por la predicación de Juan Bautista.
Todos ellos han entendido que ha llegado el momento de una verdadera conversión y por eso preguntan: “¿Qué debemos hacer?”. Si nos fijamos bien, ante la predicación del bautismo de conversión para el perdón de los pecados: “la gente, los publicanos y los soldados” que conformaban los tres distintos grupos, no preguntaron: Qué debemos pensar o qué tenemos que creer, sino “Qué debemos hacer”. La buena noticia es operante. Lleva la exigencia de modificar el paisaje social y esto mismo genera en quien lo intenta, una Alegría muy particular. No la alegría simple de quien recibe un don o un beneficio, sino de quien experimenta la posibilidad de modificar su entorno.  Cualquiera que descubre que hay algo de valor que puede alcanzar, inmediatamente se alegra intentando hacer lo que sea necesario para lograrlo. Quienes escucharon a Juan, experimentaron esto: que podían dar un giro a sus vidas y a la vida social en la que se desenvolvían, sin grandes aspavientos, solo haciendo lo justo y ejercitando la caridad. Nosotros escuchamos lo mismo que ellos escucharon de Juan, por eso tomamos esta ruta en la tercera semana de Adviento, queremos Alegrar el mundo. Pero, ¿cómo hacerlo?

Intentemos tres actitudes:

1-Vivamos la alegría del aliento

 Los gritos de Sofonías sobre el pueblo de Israel, pueden escucharse hoy con verbos cargados de sentido: canta, da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de todo corazón; son voces que nos animan para descubrir que Dios, poderoso salvador, está delante de nosotros, ya a la puerta en el Niño que viene a nacer. Dios se goza, se complace en quienes hacemos un esfuerzo. Dios hace causa con nosotros porque se pone en medio como en los días de fiesta.
La alegría del aliento tiene una faceta horizontal, se experimenta en compañía de quienes esperan el día del Señor. Implica gozarse con el otro, a modo de alentarse y confirmarse mutuamente en la experiencia del amor.

2 -Experimentemos la alegría de la templanza

 San Pablo exhorta a los filipenses para que vivan la alegría, cuando todavía está en prisión y se encuentra frente a una eventual condena a muerte; y aun así, en la prueba, alcanza un estado de serenidad que quiere compartir con sus hermanos. Quiere que experimenten la alegría que viene de la benevolencia de Dios; la seguridad de que el Señor regresará le permite no inquietarse, más aun alegrar a sus discípulos reavivando en ellos la experiencia del amor. Ser benevolentes con los demás implica amar, incluso, a quienes nos hacen un mal. Encontrar la paz de Dios en medio de la dificultad, sobrepasa toda inteligencia humana, y eso mismo es ya motivo de Alegría. Se puede permanecer firme en la prueba custodiando esta alegría y la paz, custodiando nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. ¿Cómo custodio mi alegría y mi paz?

3-Tengamos la Alegría de la enmienda

 La enmienda es de índole ética y social, nace de una conversión auténtica. No consiste en observar la ley por la ley, sino en comprometer nuestra persona para dar lo mejor a los demás.
 Cuando uno se enmienda, recupera la imagen más nítida de su bondad y los principios que le garantizan una vida mejor para sí y para la comunidad.
Aquí está el efecto de la enmienda: Alegrar al mundo. Participar para que el mundo sea mejor, mientras viene el que da sentido a todo cuanto existe: Dios en medio de nosotros.
 Los tres grupos que preguntaron a Juan: ¿Qué debemos hacer?, encontraron una respuesta: la gente, que comparta sus bienes; los publicanos, que dejen de explotar al pueblo; los soldados, que eviten la injusticia. Aquí está la alegría que dura y transforma la sociedad y la entinta de esperanza.
 Para hacer posible la alegría de la enmienda, se requiere el Espíritu de Dios, sin el cual el “hacer humano” es solo una pobre sociología, que dura lo que dura una motivación débil.
Solo el Espíritu de Dios puede vencer nuestro natural egoísmo y alimentar nuestra pasión por alegrar el mundo de manera mantenida. ¿Cómo respondemos a la pregunta Qué debemos hacer? ¿Cómo estamos alegrando al mundo?


En este segundo domingo de Adviento, escuchamos que el evangelista Lucas, insiste en situar históricamente el nacimiento de Cristo.

Le importa decir que Dios ha entrado en nuestra historia y nos trae una buena noticia.
Cuando leemos en este evangelio que en ese tiempo “vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan”, entendemos que Dios desea dialogar con nosotros.

Si en nuestro tiempo no se percibe la Palabra de Dios, no es porque Dios haya dejado de hablar, sino porque nosotros hemos silenciado Su voz.

Consciente o inconscientemente hemos callado las voces proféticas, y también la nuestra.
Ser voz profética en este tiempo de Adviento y como actitud espiritual en nuestra vida, es la gran oportunidad que tenemos para dejar huella en la historia.
Si lo pensamos bien, entre el Bautista y nosotros hay una estrecha relación.
Entre Juan Bautista y los otros profetas hay una diferencia y una continuidad: ellos anunciaban a Cristo desde lejos, Juan lo pudo señalar con el dedo.

Entre Juan Bautista y nosotros sucede de manera semejante: él lo pudo ver y señalar con el dedo, nosotros lo tenemos en las manos y en el corazón, desde La Palabra y la Eucaristía.
Juan preparaba el camino del Señor, nosotros lo estamos andando.

 Cuando asistimos a un momento de la historia en que la voz de los líderes se quiebra y se apaga; o escuchamos voces que se pierden en el abismo de la indiferencia, se nota con mayor claridad la necesidad de una voz auténtica, con contenidos de liberación y de salvación.  Esta voz puede ser la tuya o la mía, si nace de la experiencia de Dios.

Para ser voz profética intentemos estas tres actitudes:

1-Dejemos el luto

Aquello que ahoga nuestras comunicaciones más importantes, las de la vida y las del amor.
Si nos atrevemos a dejar el luto como invita el profeta Baruc en la primera lectura, nos pondremos de pie, alzaremos la cabeza y nos sabremos reunidos por la voz del Espíritu.
Dejar el vestido de luto  implica gozar de entender que Dios se acuerda de nosotros y nos llama a hacer un camino.
Valdría la pena preguntarse ¿Cuáles son mis lutos? ¿En qué momento me endosé el vestido que apagó mi alegría y mi esperanza? ¿Por qué insisto en vestir así?

2-Caminemos hacia la perfección

 Para el apóstol Pablo, la vida del cristiano ha comenzado en Cristo, y es el mismo Cristo que nos irá perfeccionando, hasta el día de su venida; pero esto no sucede en automático, implica hacer un camino concreto en el amor.
Si crecemos en el amor lograremos dos efectos: la clarividencia para distinguir lo mejor y la conducta coherente con el amor.
Es la manera de llegar limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo.
Hacer el camino conlleva la aventura de la conversión.
Hay que atreverse a cambiar de mentalidad.  Descubriremos cómo todo se empieza a acomodar.
La sensación del orden interior y exterior es una excelente garantía de que caminamos hacia la perfección.
La voz profética que queremos ser en medio de nuestra sociedad, nace aquí, en la autenticidad de la experiencia de vida y de amor en Dios.

3 -Hay que irrumpir en la historia

 Si nos atrevemos a ser voz profética,  es porque somos conscientes de estar marcando el kronos-tiempo, con la esperanza de la vida nueva en Cristo.
Podemos meditar que somos continuadores de Isaías, de Juan Bautista, de Jesús, y de los apóstoles.
Es la manera en que juntos empujamos la humanidad hacia la culminación de la historia, hacia su liberación.
Ser voz profética implica escuchar a Dios que nos habla hoy: en la Sagrada Escritura, leída e interiorizada en la oración; en las acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, por medio de los pastores y desde el testimonio de los Santos y de los Mártires
Parece que ser continuadores de la misión profética no es sencillo, pero es una gran aventura que justo hoy nos dará lo que más estamos necesitando para recibir a Jesús, que viene a nacer en medio de nosotros.
¿De qué manera estás irrumpiendo en la historia, en tu historia personal, familiar o social?

Diocesis de Celaya

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