diciembre 2018



La Sagrada Familia Ciclo C
1 Sam 1, 20-22.24-28; Sal 83; 1 Jn 3, 1-2.21-24; Lc 2, 41-52

Sujetos por amor

En la escena del Nacimiento del Niño Dios, contemplamos no solo al Niño recién nacido, sino también a una pequeña familia: José, María y Jesús. Entendemos que Dios quiso revelarse así, naciendo en una familia humana, porque Dios mismo es como una familia. Dios es trinidad de personas en comunión de vida y de amor. Se puede decir que la familia, guardadas las diferencias que existen entre el misterio de Dios y su creatura humana, es una imagen creíble y confiable del misterio insondable de Dios.

 En el evangelio de hoy, contemplamos a Jesús adolescente que desea responder a su vocación más alta en Dios. Tiene necesidad de ocuparse de las cosas de su Padre. Por eso se quedó en Jerusalén mientras sus padres hacían día y medio de camino. Había aprendido de José y María a vivir el celo por Dios y por el templo, subiendo cada año a Jerusalén para cumplir con la ley. Pero ahora se ve en la necesidad de responder también a su vocación humana en el ámbito de la autoridad familiar. Hoy escuchó el reclamo de su madre: “¿Por qué te has portado así con nosotros?” Y respondió en tensión por su amor Dios y, al mismo tiempo, por amor a su familia.

 ¿Qué sucede con Jesús? ¿Qué sucede con sus padres? ¿Cómo desentramar esta doble tensión en la vida de la familia y en la de Jesús? No se trata de un intento de emancipación por parte de Jesús, ni de una acción sobreprotectora por parte de sus padres. Se trata del misterio de su mutua pertenencia a Dios. Nosotros, igualmente, podemos recordar las veces en que nos hemos visto divididos al momento de tomar decisiones de tipo vocacional.
Jesús se encontró en un momento importante de su intimidad con Dios; le quedó claro que tenía un llamado especial que atender. Sus padres así lo entendieron también, pero en el proceso de madurez humana y familiar supieron, unos y otros, que no era el momento para despuntar el proyecto de su misión.
 El evangelio nos narra cómo se resolvió la escena de Jesús perdido y hallado en el templo: Jesús volvió con sus padres a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Por eso escogemos esta idea de “sujetos por amor”, porque en el ejercicio de la vida familiar el amor nos vence para permanecer sujetos, como adheridos, con perfecta armonía en la comunicación de nuestra vida y de nuestro amor.  Y no solo los hijos; los padres también nos sujetamos por amor.
 ¿Cómo haríamos hoy para mantenernos en esta mutua sujeción con absoluta libertad en nuestras familias y de frente al plan que Dios tiene para cada uno?
Intentemos estas tres actitudes:

1-Hay que vivir la obediencia

 Cuando nos perdemos de nuestra realidad de familia y de religión, tenemos la obediencia para regresar. Pero la obediencia de razón y de fe. No una obediencia de sumisión irracional, sino la obediencia que me permite trascender. La familia está para eso, para consagrar a cada miembro en su propia vocación, para ayudar a cada uno a descubrir la mano de Dios.
 En la primera lectura encontramos cómo fue que Samuel fue consagrado y cómo, en familia, descubre la mano de Dios. Y en el propio evangelio, encontramos a Jesús obediente, que respeta los tiempos y costumbres de sus padres.
 Aquí podríamos leer un código de familia, se obedece para: acompañarse, para discernir, enseñarse y aconsejarse mutuamente.

2 -Vivir la espiritualidad de comunión

 Si nos sabemos hijos del Padre común, entendemos que el amor mutuo hacia Él nos impide vivir una espiritualidad individualista. Las acciones que realiza cada miembro de la familia, afectan a todos para bien o para mal.
 ¡Qué importante lograr que nuestras acciones lleven una espiritualidad que favorezca el crecimiento de la familia! La mutua responsabilidad del don que Dios nos ha dado, nos lleva a regresar a casa, como hoy Jesús, para hacer de nuestra familia una familia sujeta por el amor.

3 -Acompañar a cada uno

 La cumbre del episodio que escuchamos en este evangelio, no es la sabiduría con la que Jesús hablaba a los doctores del templo, ni siquiera el reclamo de María, sino el propio diálogo de la Madre con el Hijo en presencia de José. Cada miembro de esta familia pudo vibrar de manera diferente mientras el plan de Dios se les explicitaba.
 Jesús confirma a su madre que ya sabe su origen y misterio, que ya se relaciona con Dios como su Padre. En este sentido La Madre se siente descubierta gratamente de un misterio que anticipaba con mucho al pequeño Jesús.
 José, como hombre justo, había cedido desde el principio, embargado por el misterio y el amor de Dios; él puede ver que su hijo quiere distanciarse de un cuadro limitado de vida.
 Al final, los tenemos a los tres, acompañándose desde lo cotidiano y, a la vez, desde el misterio, para crecer en familia, sujetos por el amor.
¿Cómo vivimos nuestra familia y el misterio de Dios en ella? ¿Cuánto nos acompañamos?



25 De Diciembre Ciclo C
Is 52, 7-10; Sal 97; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

Encarnar con Él

 Este tramo del Evangelio de Juan debió hacer cimbrar a los creyentes del pueblo de Israel. Ellos entendían muy bien el lenguaje de que Dios habitara en sus tiendas. Lo llevaban en su memoria religiosa y social. Al escuchar en un día como hoy que La Palabra ––que es Dios y que es la vida y la luz–– puso su morada entre nosotros, evocaron los mejores momentos de su relación con Dios. La mayor bendición que habían experimentado como pueblo, en la antigüedad, fue que Dios pusiera su morada entre ellos (Ex 26,1).
 Quienes creyeron en Jesús, al escuchar este Evangelio, experimentaron que el Señor no los abandonaría jamás. Desde La Encarnación del Hijo de Dios, entendieron que Dios vino para brindarles su eterna compañía.
 Nosotros hoy, ¿qué entendemos del hecho de que Dios se encarne? Hemos de entender que desde La Encarnación, Dios nos hizo partícipes de su vida divina. De la vida eterna. La única condición es creer, pero de una manera operante: haciendo la voluntad de Dios. Desde la teología de Juan, uno tiene que entender que la vida eterna se empieza a vivir desde ahora.
 Simbólicamente podríamos descubrir en nosotros, cómo estamos de desencarnados; si Dios bendijo nuestra humanidad y asumió nuestras miserias al nacer como uno de nosotros, ¿por qué parece que desdeñamos nuestra condición? ¿Por qué a veces parecemos tan inhumanos? Es posible que el mundo necesite que nosotros le demos brío, encarnando con Jesús, desde Su Luz, Su Vida y Su Amor, para que otros reciban la nueva humanidad que hoy Jesús inaugura: la del espíritu.
 Encarnar con Él implicaría ser palabra que transmite verdades, ser luz que no solo ilumine, sino que informe a través de nuestro testimonio, sobre la vida íntima que tenemos con Dios; y ser vida que da gloria a Dios en la práctica del amor.
 Si Dios se encarna en nuestra condición, y asume nuestra fragilidad, ¿Por qué no encarnar con él; es decir, volver a asumir nuestra condición humana y trabajar espiritualmente para alcanzar la vida que Él nos da?

Intentemos tres actitudes para encarnar con Él:

1 -Veamos que el Señor regresa

 Dios no nos ha abandonado a una vida de lejanía y sin horizonte. Igual que en el tiempo del profeta Isaías, podemos contemplar la belleza de un mensajero que corre por los montes para traernos el anuncio de la paz.

 A veces estamos tan condicionados por realidades contrarias al proyecto salvador de Dios, que acabamos creyendo que ya no sucederá, que Dios no actúa en la historia y que los poderosos del mundo se juegan nuestro destino sin freno, llevándonos al abismo de la duda, la desesperanza, la incertidumbre y la aflicción. Y en realidad no es así. En el devenir del mundo maravillo de las ciencias y nuevos descubrimientos, está la misma razón científica y teológica, solo basta mirar que Dios no está ausente; más aún, regresa siempre, para autentificar nuestras producciones y nuestra más profunda identidad.

2 -Hagamos causa con Él

 Jesús nacido de María, ha venido para hablarnos como Hijo eterno de Dios, Él supera a todos los profetas intermediarios entre Dios y nosotros. Y ahora, es poseedor de toda la riqueza de Dios, sigue causando la creación del mundo y de la historia. Hacer causa con él implica sostener el mundo por los caminos que él nos propuso: el amor hasta el extremo de entregar la vida y la resurrección.

3 -Seamos principio de vida

 Ya hemos contemplado demasiadas muertes individuales y sociales, materiales y espirituales, ideológicas y de verdades. El torbellino de vida y de amor que Jesús inició hace dos mil años se sigue haciendo, con nuevos episodios de la historia humana, pero con el mismo principio: elevar nuestra condición humana a la vida de Dios.



Natividad De Nuestro Señor Jesucristo Ciclo C
Is 9, 1-3. 5-6; Sal 95; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14

Aprehender la paz

 Cuando Lucas describe que Jesús nace en la circunstancia de un desplazamiento, debido al censo que ordenaba Cesar Augusto, entendemos que el Hijo de Dios se inserta en el proceso histórico de un determinado orden social.  En este sentido, Dios no violenta el desarrollo de la comunidad. Antes bien, la provee de un horizonte más significativo y profundo, naciendo en la precariedad de la condición humana.
 Si seguimos la propuesta de Lucas, veremos su intención de mostrarnos que ningún poder temporal puede generar la paz por medio de un edicto; ni siquiera por medio de una política. La paz hay que hacerla propia, tomarla de la realidad humana y divina que nos interpela. Es la razón del hombre y de Dios en su estado natural, la que tiene capacidad de brindarnos la verdadera paz.
 Al asomarnos al pesebre y contemplar el signo que el Ángel anunció a los pastores: “el Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”, nos prendamos, como cada año, del misterio de la paz en el amor de la familia humana; esta visión hace relativa la guerra, el dominio y cualquier violencia, porque la comunicación de vida y de amor que gravita en los padres con su hijo recién nacido, per-forma la mirada del hombre y lo hace pleno al ofrecerle esta solución para sus guerras y divisiones internas. Ni siquiera una bestia rehúsa asirse de esta experiencia vital y trascendente.
 Hemos escogido para esta Navidad, Aprehender la paz, como itinerario espiritual por estos días. Resulta un reto único y bello, intentar cuando menos en el universo de nuestras relaciones de familia, desterrar las tinieblas, la inconformidad, el rechazo y la opresión que se cierne sobre el mundo, para generar nuestra paz. Proponemos Aprehender la paz desde nuestra razón familiar más natural, libre de condicionamientos y prejuicios, en un auténtico ejercicio de humanidad.

Pero, ¿cómo aprehender la paz?
Intentemos estas tres actitudes:

1-Hay que gozar de nuestra propiedad

 El Ángel que anunció a los pastores les da en propiedad al Niño que ha nacido: “hoy les ha nacido…un salvador”. Nosotros, nuevos pastores, podemos detenernos en esta reflexión. Dios no nace ambiguamente para el mundo. Nace para cada uno de nosotros que aceptamos su presencia y le hacemos un lugar. Dios se nos ha dado y solo nos queda aprehenderlo con toda su riqueza de salvación.
 Podemos gozar en su presencia, entendiéndolo como lo propone Isaías en la primera lectura: como “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, “Padre sempiterno” y “Príncipe de la paz”. ¿Qué genera en mí, entender que Jesús me es propio y yo a Él? Los dones que Jesús nos trae, especialmente el de la paz, pueden ser de nuestra propiedad.

2 -Hay que vivir el favor de Dios

 Las gracias que Cristo nos alcanza, nos apremian a vivir de manera sobria, justa y fiel, como dice el apóstol a Tito. Aprehender la paz lleva esta extensión de la vida moral, que hace visible el dominio de nuestra persona y la cotidianidad con la que ejercemos la paz.
 Si volvemos a mirar el nacimiento y tomamos en cuenta que en la simplicidad del Niño recién nacido nos muestra Dios el registro más universal de vida, estaremos aprehendiendo la paz.

3 -Hay que empezar desde abajo

La posesión y el ejercicio de la paz auténtica, nacen en el momento en que me adhiero al misterio de la pobreza humana y su necesidad de ser redimida. En el mismo momento en que renuncio a rendir vasallaje al injusto y al opresor, y experimento la paz como efecto de la salvación.
 Los pastores de esta escena del Evangelio fueron salvados, desde el mismo momento en que se les anuncio el nacimiento del Niño Dios.
 Si queremos aprehender la paz, podemos empezar por quitar nuestras categorías de exclusión. Intentemos ver que la salvación inicia por los oprimidos. Si contemplamos juntos la imagen del nacimiento del Señor: ricos y pobres, justos e injustos, libres y oprimidos, etc., nos convenceremos de que la paz es posible, basta llegar al corazón de la familia humana y de la vida; y trabajar para aprehenderla.


IV Domingo De Adviento Ciclo C
Miq 5, 1-4; Sal 79; Heb 10, 5-10; Lc 1, 39-45

Hacer un lugar para Dios

 Contamos con estos últimos días que nos separan de la Navidad. Serán días cargados de sentido, si preparamos un lugar para el nacimiento del Niño Dios.
 El Evangelio nos presenta ese momento brillante en que María, una vez que hizo lugar para el Hijo de Dios, se encamina a las montañas de Judea para servir a su prima Isabel. Es una escena que conocemos bien; sin embargo, necesitamos profundizar en ella. El encuentro de estas dos mujeres, responde con toda nitidez al designio trazado desde antiguo. María e Isabel son portadoras de una doble esperanza. Ambas son madres prodigiosas de un hijo prodigioso. Isabel concibe en su ancianidad y María en su virginidad. Esto prueba que en Dios no hay imposibles y que Él siempre cumple sus promesas.
 Al hacer un lugar para Dios en su seno, María se convirtió, por decirlo así, en el primer sagrario del mundo. Pero no se queda ensimismada, por más que pudiera justificarse un embarazo de contemplación, no se marea ante el misterio que lleva dentro. No guarda su tesoro para sí misma, sino que una vez que ha aceptado el plan de Dios, se dispone a servir a los más necesitados.
 Permitir que Jesús nazca es, quizás, lo medular de nuestra preparación final para esta Navidad. Implica ponerse en camino al encuentro de quienes más necesitan, empezando por los que son de casa.  Se requiere leer las señales de vida que Dios nos va dando. Reconocer su acción en nuestras vidas y creer que sus promesas se cumplen.
 ¿Cuántas veces has hecho un lugar para alguien a quien esperas? ¿Cuándo te has preparado como lugar donde Dios habite?
 Qué importante hacer hoy un lugar para que nazca el Hijo de Dios, sobre todo cuando vivimos en un mundo en el que parece que ya nadie cabe; en el que se han suprimido los espacios de donación personal.
 Podemos llenarnos de alegría y de esperanza si decidimos preparar nuestra casa interior y nuestra casa familiar para que nazca Jesús.
Intentemos estos tres lugares:

1-En todo encuentro

 Miqueas en la primera lectura nos presenta como una carta de navegación para precisar los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Lo explica como un designio de paz.
 Hoy podemos experimentar que somos co-portadores de ese designio, saliendo al encuentro de los demás. Podemos tomarnos la tarea de borrar toda duda y relativizar nuestras mutuas heridas del pasado. Implica hacerse pequeños como un nuevo Belén o como María en su humildad.

2 -En el servicio

 A semejanza de María en las montañas que hace presente a Dios encarnado. Y de Cristo que entra al mundo haciendo la voluntad de Dios, sacrificándose para suprimir todo sacrificio ritual, nosotros podemos servir y sacrificar un poco para comunicar la dicha del Nacimiento del Salvador.
 No cualquier servicio es lugar del nacimiento de Dios, sino aquel que responde a la voluntad de Dios. Servir así, implica sacudirse las influencias del mundo para actuar nuestra caridad con libertad y alegría.

3 -En el parentesco

 María e Isabel, en su encuentro de las montañas, han ido más allá del parentesco de sangre; han alcanzado un parentesco espiritual que es más profundo. Gracias a esta nueva manera de relacionarse, María comunica el Espíritu Santo a Isabel y al niño que lleva en su seno.
 Llenas de la presencia del Salvador, las primas hablan palabras en tono profético porque han descubierto el misterio de Dios en que están envueltas. De ese momento en adelante, las une un parentesco de amistad, de fe y de esperanza. Juntas están haciendo un lugar para Dios.
 Nosotros podemos, igual que ellas, hacer un lugar para que nazca Jesús, desde nuestro parentesco con los demás. Si Jesús nace en nosotros y entre nosotros, seguro que vendrá la vida nueva y la paz.
 ¿Con quién te sientes en parentesco espiritual? ¿Quién necesita de tu atención o servicio?



III Domingo De Adviento Ciclo C
Sof 3, 14-18; Sal Is 12; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18

Alegrar el mundo

 En esta tercera etapa de nuestro camino de Adviento, el Evangelio nos presenta la inquietud de tres diferentes grupos que han sido alcanzados por la predicación de Juan Bautista. Todos ellos han entendido que ha llegado el momento de una verdadera conversión y por eso preguntan: “¿Qué debemos hacer?”. Si nos fijamos bien, ante la predicación del bautismo de conversión para el perdón de los pecados: “la gente, los publicanos y los soldados” que conformaban los tres distintos grupos, no preguntaron: Qué debemos pensar o qué tenemos que creer, sino “Qué debemos hacer”. La buena noticia es operante. Lleva la exigencia de modificar el paisaje social y esto mismo genera en quien lo intenta, una Alegría muy particular. No la alegría simple de quien recibe un don o un beneficio, sino de quien experimenta la posibilidad de modificar su entorno.
 Cualquiera que descubre que hay algo de valor que puede alcanzar, inmediatamente se alegra intentando hacer lo que sea necesario para lograrlo. Quienes escucharon a Juan, experimentaron esto: que podían dar un giro a sus vidas y a la vida social en la que se desenvolvían, sin grandes aspavientos, solo haciendo lo justo y ejercitando la caridad. Nosotros escuchamos lo mismo que ellos escucharon de Juan, por eso tomamos esta ruta en la tercera semana de Adviento, queremos Alegrar el mundo. Pero, ¿cómo hacerlo?

Intentemos tres actitudes:

1-Vivamos la alegría del aliento

 Los gritos de Sofonías sobre el pueblo de Israel, pueden escucharse hoy con verbos cargados de sentido: canta, da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de todo corazón; son voces que nos animan para descubrir que Dios, poderoso salvador, está delante de nosotros, ya a la puerta en el Niño que viene a nacer. Dios se goza, se complace en quienes hacemos un esfuerzo. Dios hace causa con nosotros porque se pone en medio como en los días de fiesta.
La alegría del aliento tiene una faceta horizontal, se experimenta en compañía de quienes esperan el día del Señor. Implica gozarse con el otro, a modo de alentarse y confirmarse mutuamente en la experiencia del amor.

2 -Experimentemos la alegría de la templanza

 San Pablo exhorta a los filipenses para que vivan la alegría, cuando todavía está en prisión y se encuentra frente a una eventual condena a muerte; y aun así, en la prueba, alcanza un estado de serenidad que quiere compartir con sus hermanos. Quiere que experimenten la alegría que viene de la benevolencia de Dios; la seguridad de que el Señor regresará le permite no inquietarse, más aun alegrar a sus discípulos reavivando en ellos la experiencia del amor.
 Ser benevolentes con los demás implica amar, incluso, a quienes nos hacen un mal.
Encontrar la paz de Dios en medio de la dificultad, sobrepasa toda inteligencia humana, y eso mismo es ya motivo de Alegría. Se puede permanecer firme en la prueba custodiando esta alegría y la paz, custodiando nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. ¿Cómo custodio mi alegría y mi paz?

3-Tengamos la Alegría de la enmienda

 La enmienda es de índole ética y social, nace de una conversión auténtica. No consiste en observar la ley por la ley, sino en comprometer nuestra persona para dar lo mejor a los demás.
 Cuando uno se enmienda, recupera la imagen más nítida de su bondad y los principios que le garantizan una vida mejor para sí y para la comunidad. Aquí está el efecto de la enmienda: Alegrar al mundo. Participar para que el mundo sea mejor, mientras viene el que da sentido a todo cuanto existe: Dios en medio de nosotros.
 Los tres grupos que preguntaron a Juan: ¿Qué debemos hacer?, encontraron una respuesta: la gente, que comparta sus bienes; los publicanos, que dejen de explotar al pueblo; los soldados, que eviten la injusticia. Aquí está la alegría que dura y transforma la sociedad y la entinta de esperanza.
 Para hacer posible la alegría de la enmienda, se requiere el Espíritu de Dios, sin el cual el “hacer humano” es solo una pobre sociología, que dura lo que dura una motivación débil. Solo el Espíritu de Dios puede vencer nuestro natural egoísmo y alimentar nuestra pasión por alegrar el mundo de manera mantenida. ¿Cómo respondemos a la pregunta Qué debemos hacer? ¿Cómo estamos alegrando al mundo?



II Domingo De Adviento Ciclo C
Bar 5,1-9; Sal 125; Flp 1,4-6. 8-11; Lc 3,1-6

Ser voz profética

 En este segundo domingo de Adviento, escuchamos que el evangelista Lucas, insiste en situar históricamente el nacimiento de Cristo.  Le importa decir que Dios ha entrado en nuestra historia y nos trae una buena noticia. Cuando leemos en este evangelio que en ese tiempo “vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan”, entendemos que Dios desea dialogar con nosotros. Si en nuestro tiempo no se percibe la Palabra de Dios, no es porque Dios haya dejado de hablar, sino porque nosotros hemos silenciado Su voz. Consciente o inconscientemente hemos callado las voces proféticas, y también la nuestra.

 Ser voz profética en este tiempo de Adviento y como actitud espiritual en nuestra vida, es la gran oportunidad que tenemos para dejar huella en la historia. Si lo pensamos bien, entre el Bautista y nosotros hay una estrecha relación. Entre Juan Bautista y los otros profetas hay una diferencia y una continuidad: ellos anunciaban a Cristo desde lejos, Juan lo pudo señalar con el dedo. Entre Juan Bautista y nosotros sucede de manera semejante: él lo pudo ver y señalar con el dedo, nosotros lo tenemos en las manos y en el corazón, desde La Palabra y la Eucaristía.  Juan preparaba el camino del Señor, nosotros lo estamos andando.

 Cuando asistimos a un momento de la historia en que la voz de los líderes se quiebra y se apaga; o escuchamos voces que se pierden en el abismo de la indiferencia, se nota con mayor claridad la necesidad de una voz auténtica, con contenidos de liberación y de salvación. Esta voz puede ser la tuya o la mía, si nace de la experiencia de Dios.
Para ser voz profética intentemos estas tres actitudes:

1-Dejemos el luto

 Aquello que ahoga nuestras comunicaciones más importantes, las de la vida y las del amor. Si nos atrevemos a dejar el luto como invita el profeta Baruc en la primera lectura, nos pondremos de pie, alzaremos la cabeza y nos sabremos reunidos por la voz del Espíritu.
 Dejar el vestido de luto  implica gozar de entender que Dios se acuerda de nosotros y nos llama a hacer un camino. Valdría la pena preguntarse ¿Cuáles son mis lutos? ¿En qué momento me endosé el vestido que apagó mi alegría y mi esperanza? ¿Por qué insisto en vestir así?

2-Caminemos hacia la perfección

 Para el apóstol Pablo, la vida del cristiano ha comenzado en Cristo, y es el mismo Cristo que nos irá perfeccionando, hasta el día de su venida; pero esto no sucede en automático, implica hacer un camino concreto en el amor. Si crecemos en el amor lograremos dos efectos: la clarividencia para distinguir lo mejor y la conducta coherente con el amor. Es la manera de llegar limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo.

 Hacer el camino conlleva la aventura de la conversión. Hay que atreverse a cambiar de mentalidad.  Descubriremos cómo todo se empieza a acomodar. La sensación del orden interior y exterior es una excelente garantía de que caminamos hacia la perfección. La voz profética que queremos ser en medio de nuestra sociedad, nace aquí, en la autenticidad de la experiencia de vida y de amor en Dios.

3 -Hay que irrumpir en la historia

 Si nos atrevemos a ser voz profética,  es porque somos conscientes de estar marcando el kronos-tiempo, con la esperanza de la vida nueva en Cristo.
 Podemos meditar que somos continuadores de Isaías, de Juan Bautista, de Jesús, y de los apóstoles. Es la manera en que juntos empujamos la humanidad hacia la culminación de la historia, hacia su liberación.

 Ser voz profética implica escuchar a Dios que nos habla hoy: en la Sagrada Escritura, leída e interiorizada en la oración; en las acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, por medio de los pastores y desde el testimonio de los Santos y de los Mártires.
 Parece que ser continuadores de la misión profética no es sencillo, pero es una gran aventura que justo hoy nos dará lo que más estamos necesitando para recibir a Jesús, que viene a nacer en medio de nosotros. ¿De qué manera estás irrumpiendo en la historia, en tu historia personal, familiar o social?



I Domingo De Adviento Ciclo C
Jr 33,14-16; Sal 24; 1Tes 3,12-4,2; Lc 21,25-28.34-36

Leer signos de liberación

 Cuando Jesús habló a sus discípulos con este lenguaje apocalíptico,  en el que les lleva a observar un mundo que está por caer, quiso utilizar todas estas imágenes del día final para llenarlos de esperanza, más que de temor. Es semejante a la alegría con la que el enfermo espera que amanezca.
 Los que escucharon que Jesús hablaba de la angustia y el miedo con el que las naciones se irán a pique en aquel día,  lograron entender que esos acontecimientos, más que anunciar una ruina total, eran signos de liberación.
 Con este discurso, Lucas evangelista cerró el discurso final de Jesús y todo su ministerio público. Exhortó a sus discípulos a estar alerta, a levantar la cabeza, a leer los signos de liberación. Esta es la manera en que nosotros hoy, después de dos mil años, queremos iniciar nuestra preparación de “Adviento”,  deseamos vivir este tiempo como un tiempo de salvación,  como la única oportunidad que tenemos para acoger a Dios y vivir la experiencia de su amor y de su paz.
Intentemos tres actitudes:

1-Hay que encontrar el brote

Cuando escuchamos en Jeremías: “Se acercan los días… en que cumpliré mi promesa…” la primera sensación es de paz y de consuelo. Cuando todo parece perdido, desolado o sin vida, encontramos que hay una promesa por cumplirse y esto basta para superar toda angustia y sufrimiento.
 Hemos de encontrar el “brote”, como dice Jeremías. En cada uno de nosotros queda un tronco, que por seco que parezca, incluso quemado ––que es la visión del profeta––, es capaz de sacar un brote que dará vida a toda la planta. Jesús es el vástago que anuncia el profeta, pero cada uno de nosotros es parte de ese vástago. En cada uno de nosotros permanece la vida latente de Cristo que jamás perderemos.
 Esta es la primera incursión en nuestra preparación de Adviento. Podemos preguntarnos: ¿Qué hay en mí que todavía dará vida? Encontremos nuestro brote.

2-Hay que sentir el tiempo

 Esperar en la santidad hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos, implica sentir el tiempo, medirlo, sopesarlo para leer en estos días signos de la llegada del Señor, tales como el crecimiento en el amor fraterno. Pablo a los tesalonicenses habla de amor mutuo y de corazones irreprochables.
 Sentir el tiempo implica la capacidad del gozo por la vida, la esperanza alegre de la venida del Señor que dará orden y sentido a todo aquello que en el momento presente no entendemos.

3-Hay que acompañar la vida

 Solo quien ha trabajado por la venida de Jesús, quien es capaz de leer signos de liberación y ha experimentado el amor de Dios en la persona de su Hijo, puede acompañar la vida y contemplar la caída de la historia sin miedo, porque entiende que esa ruina es el inicio de la nueva historia que está por iniciar, la historia del amor y de la salvación de Dios.
 Acompañar la vida implica estar atentos a no permitir que la vida disoluta o las preocupaciones ociosas ahoguen la experiencia de liberación. Hay que alzar la cabeza, no solo porque muchas veces la estamos agachando ante el drama humano que nos aflige, sino porque con la cabeza agachada nuestro horizonte se limita a la tierra, al polvo y así, ni nuestro rostro se ilumina con el resplandor de la venida del Señor, ni nuestro corazón se alegra con Su llegada.
 Estemos velando, con una conciencia atenta, plena y dialogante, seamos signos de fortaleza y de paz. Leamos los signos de liberación y gocemos de la espera del Señor. ¿Qué signos de liberación ves en tu entorno? ¿Qué signos de liberación lees en ti?

Diocesis de Celaya

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