Sujetos por amor
La Sagrada Familia Ciclo C
1 Sam 1, 20-22.24-28; Sal 83; 1 Jn 3, 1-2.21-24; Lc 2, 41-52
Sujetos por amor
En la escena del Nacimiento del Niño Dios, contemplamos no solo al Niño recién nacido, sino también a una pequeña familia: José, María y Jesús. Entendemos que Dios quiso revelarse así, naciendo en una familia humana, porque Dios mismo es como una familia. Dios es trinidad de personas en comunión de vida y de amor. Se puede decir que la familia, guardadas las diferencias que existen entre el misterio de Dios y su creatura humana, es una imagen creíble y confiable del misterio insondable de Dios.
En el evangelio de hoy, contemplamos a Jesús adolescente que desea responder a su vocación más alta en Dios. Tiene necesidad de ocuparse de las cosas de su Padre. Por eso se quedó en Jerusalén mientras sus padres hacían día y medio de camino. Había aprendido de José y María a vivir el celo por Dios y por el templo, subiendo cada año a Jerusalén para cumplir con la ley. Pero ahora se ve en la necesidad de responder también a su vocación humana en el ámbito de la autoridad familiar. Hoy escuchó el reclamo de su madre: “¿Por qué te has portado así con nosotros?” Y respondió en tensión por su amor Dios y, al mismo tiempo, por amor a su familia.
¿Qué sucede con Jesús? ¿Qué sucede con sus padres? ¿Cómo desentramar esta doble tensión en la vida de la familia y en la de Jesús? No se trata de un intento de emancipación por parte de Jesús, ni de una acción sobreprotectora por parte de sus padres. Se trata del misterio de su mutua pertenencia a Dios. Nosotros, igualmente, podemos recordar las veces en que nos hemos visto divididos al momento de tomar decisiones de tipo vocacional.
Jesús se encontró en un momento importante de su intimidad con Dios; le quedó claro que tenía un llamado especial que atender. Sus padres así lo entendieron también, pero en el proceso de madurez humana y familiar supieron, unos y otros, que no era el momento para despuntar el proyecto de su misión.
El evangelio nos narra cómo se resolvió la escena de Jesús perdido y hallado en el templo: Jesús volvió con sus padres a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Por eso escogemos esta idea de “sujetos por amor”, porque en el ejercicio de la vida familiar el amor nos vence para permanecer sujetos, como adheridos, con perfecta armonía en la comunicación de nuestra vida y de nuestro amor. Y no solo los hijos; los padres también nos sujetamos por amor.
¿Cómo haríamos hoy para mantenernos en esta mutua sujeción con absoluta libertad en nuestras familias y de frente al plan que Dios tiene para cada uno?
Intentemos estas tres actitudes:
1-Hay que vivir la obediencia
Cuando nos perdemos de nuestra realidad de familia y de religión, tenemos la obediencia para regresar. Pero la obediencia de razón y de fe. No una obediencia de sumisión irracional, sino la obediencia que me permite trascender. La familia está para eso, para consagrar a cada miembro en su propia vocación, para ayudar a cada uno a descubrir la mano de Dios.
En la primera lectura encontramos cómo fue que Samuel fue consagrado y cómo, en familia, descubre la mano de Dios. Y en el propio evangelio, encontramos a Jesús obediente, que respeta los tiempos y costumbres de sus padres.
Aquí podríamos leer un código de familia, se obedece para: acompañarse, para discernir, enseñarse y aconsejarse mutuamente.
2 -Vivir la espiritualidad de comunión
Si nos sabemos hijos del Padre común, entendemos que el amor mutuo hacia Él nos impide vivir una espiritualidad individualista. Las acciones que realiza cada miembro de la familia, afectan a todos para bien o para mal.
¡Qué importante lograr que nuestras acciones lleven una espiritualidad que favorezca el crecimiento de la familia! La mutua responsabilidad del don que Dios nos ha dado, nos lleva a regresar a casa, como hoy Jesús, para hacer de nuestra familia una familia sujeta por el amor.
3 -Acompañar a cada uno
La cumbre del episodio que escuchamos en este evangelio, no es la sabiduría con la que Jesús hablaba a los doctores del templo, ni siquiera el reclamo de María, sino el propio diálogo de la Madre con el Hijo en presencia de José. Cada miembro de esta familia pudo vibrar de manera diferente mientras el plan de Dios se les explicitaba.
Jesús confirma a su madre que ya sabe su origen y misterio, que ya se relaciona con Dios como su Padre. En este sentido La Madre se siente descubierta gratamente de un misterio que anticipaba con mucho al pequeño Jesús.
José, como hombre justo, había cedido desde el principio, embargado por el misterio y el amor de Dios; él puede ver que su hijo quiere distanciarse de un cuadro limitado de vida.
Al final, los tenemos a los tres, acompañándose desde lo cotidiano y, a la vez, desde el misterio, para crecer en familia, sujetos por el amor.
¿Cómo vivimos nuestra familia y el misterio de Dios en ella? ¿Cuánto nos acompañamos?