Cumplir la Palabra
III Domingo Ordinario Ciclo C
Neh 8, 2-4. 8-10; Sal 18; 1Cor 12, 12-30; Lc 1,1-4; 4, 14-21
Cumplir La Palabra
Lucas desea que constatemos la verdad de cuanto se nos ha enseñado respecto de Cristo. Este domingo, nos hace constatar que siempre hay una palabra por cumplirse, introduciéndonos a la sinagoga de Nazaret.
Para ese momento Jesús está siendo impulsado por el Espíritu; sus acciones empiezan a ser contundentes. Con sus enseñanzas en las sinagogas anteriores ha liberado la inteligencia religiosa de cuantos se acercan; por eso lo alababan y su fama se extendía por toda la región.
Cuando Jesús se levantó para hacer la lectura y escogió el pasaje de Isaías de “El Espíritu del Señor está sobre mí,…” (Is 61, 1ss.), y se lo aplica a sí mismo, está pleno y seguro de que llegó su momento de cumplir La Palabra. No fue sencillo. Jesús, igual que muchos de su tiempo, llevaban un sentimiento de deuda con Dios; la sensación de escuchar su Palabra sin comprometerse en casi nada; guiados por las interpretaciones amañadas de las autoridades del templo.
Se respiraba en el ambiente de la comunidad un deseo profundo de libertad. Cada vez aparecía con más claridad que en Las Escrituras, había algunas profecías que estaban pendientes de cumplirse.
Imaginemos a Jesús: envuelto en un arrebato de tensión interior, el Espíritu que lo empuja a la sinagoga, le permite ver en cuantos asisten el cansancio de vivir una religión incapaz de llegar a su realización plena, que se sabotea a sí misma y a Dios, porque no se compromete a completar el designio salvífico.
Jesús manipuló el texto de Isaías. Los que asistieron, conocían bien el texto completo. Al escuchar que Jesús combinó el texto de Isaías con el de Levítico (Lv 25, 10) se quedaron sorprendidos; por eso “Los ojos de los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él,” esperaban una explicación.
Debió ser un gozo inmenso para Jesús aplicarse a sí mismo el pasaje de La Escritura y ser consciente de estar abriendo la era de la salvación universal y no exclusiva para el pueblo de Israel.
Los que asistieron reaccionaron con rechazo, “se declararon en contra”. No aceptaron una Palabra que demandaba llegar a su perfecto cumplimiento. En cambio, los que siguieron a Jesús desde ese tiempo y nosotros hoy, estamos convencidos de esta realidad salvífica: llega un momento de nuestra vida, en el que movidos por el Espíritu, asumimos nuestra unción bautismal, en el que no podemos aplazar más nuestra misión y declaramos la libertad que viene de Dios a cuantos conforman nuestro universo vital, y nos adherimos así a la era de la salvación, al proyecto de Cristo. Los que así nos determinamos, podemos decir igual que Jesús aquel día “Hoy mismo se cumple este pasaje de la Escritura…”
Intentemos estas tres acciones para cumplir La Palabra:
1 -Pasemos de tener La Palabra escrita a tenerla en el corazón
Nehemías acorta la distancia entre La Palabra y el pueblo. Luego de leerles por toda la mañana, los descubre sensibles, lloraban de alegría. Así sucede cuando dejamos que La Palabra tome lugar en nuestro corazón.
La Palabra que se lee con fe, se convierte en celebración de la presencia del Señor y, por tanto, en diálogo profundo que inspira el corazón.
La Palabra nos interpela, busca una respuesta. Nos lee, desentraña los secretos de nuestro corazón. Nos interpreta, da una orientación segura para nuestra existencia.
2 -Dejemos que La Palabra inspirada cuente en nuestra sociedad
El mismo Espíritu de Dios que nos fue dado por el bautismo, demanda actuar una Palabra liberadora que construya la comunidad. Si no somos constructores de comunión en la casa y en la sociedad, estamos en contra de Cristo; como los asistentes a la sinagoga, implícitamente nos declaramos en contra. De ser así, no nos podemos llamar cristianos con sentido auténtico.
Hay que estar vinculados como los miembros de nuestro cuerpo. Cristo dotó a su Iglesia de Apóstoles para fundar comunidades y educarlas en la fe. Profetas para transmitir a la comunidad lo que el Señor quiere enseñar o indicar. Y Maestros para explicar su mensaje.
3 -Actuemos La Palabra
No nos quedemos en la escucha amañada que no compromete. Dejémonos guiar por el Espíritu de Cristo en la Sinagoga de Nazaret: escojamos el verso, declarémonos ungidos y empecemos a anunciar a los pobres el fin de su condición, ayudándoles a retomar su vida con dignidad. Declaremos la libertad a cuantos hemos ocultado una verdad que necesitaban para ser plenos y a cuantos tenemos oprimidos. Declaremos en nuestro ámbito familiar y de comunidad, que no vamos a abusar de nuestra fuerza.
Si intentamos actuar La Palabra, aunque sea desde nuestras más pobres capacidades, vamos a experimentar que es verdad, que Dios salva y que esta salvación es visible y fuente de alegría, de paz y de amor.