II Domingo Ordinario Ciclo C
Is 62, 1-5; Sal 95; 1Cor 12, 4-11; Jn 2, 1-11
Inaugurar la alianza
Nos encontramos en el inicio del tiempo ordinario. Dejamos atrás las fiestas de Navidad, para introducirnos al ministerio de Jesús.
El Evangelista San Juan nos ha regalado esta escena brillante de “las bodas de Caná”. En este relato ha querido entregarnos un “signo”, el primero de muchos en su evangelio. Él, a diferencia de los otros evangelistas, prefiere utilizar “signos” en lugar de milagros para inducir a la fe a sus discípulos. Como obra de Dios, al igual que los milagros, estos signos hay que discernirlos e interpretarlos desde la fe.
Los ornamentos de la boda pudieron ubicar a los primeros testigos en la comprensión de una “Nueva Alianza” entre Dios y su pueblo. Una alianza que ellos entendían bastante bien, porque el sentido matrimonial les era muy familiar. A lo largo de la historia, Israel se veía a sí mismo como un pueblo desposado con Dios. El mismo cambio de vino, remite al tema de la alianza: la antigua alianza no tiene vino, la nueva la sustituye con el vino del esposo Jesús.
En el fondo Juan nos dice, a través de “las bodas de Cana” que se inaugura la nueva relación del hombre con Dios. Que esta relación ya no estará mediada por la ley sino por la posesión del mismo Espíritu de Dios.
María parece empujar a su hijo para que inaugure esta “nueva relación”, y que empiece ya a dinamizar nuestra comunión con Dios. La respuesta de Jesús es comprensible: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”. Es decir, siento que no ha llegado el momento en que tengo que inaugurar mi misión.
Es probable que nosotros nos hayamos alejado de Dios; que necesitemos, por decirlo así, una boda, para inaugurar nuestra alianza con Él. Podríamos preguntarnos si en nuestra relación con Dios ya ha llegado nuestra hora.
Si queremos inaugurar nuestra Alianza con Dios, en el seguimiento de Jesús, intentemos tres actitudes:
1 -Vivamos con conciencia nupcial
Es la manera de alcanzar la plenitud, experimentar que el Señor tiene la corona en la mano para desposarnos. Entender que nuestra dignidad aquí en la tierra viene de Él, que se alegra con nuestros triunfos, nuestra belleza y nuestra inteligencia.
En este sentido hay que dejarse esposar, entender que somos nada sin Dios y con Él todo cobra sentido. Sería triste no inaugurar esta alianza con nuestro hacedor, el que sale al paso por nosotros y pronuncia nuestro nombre con amor. La vida cambia cuando uno no se siente abandonado, sino pertenecido y amado por Dios.
2 -Comuniquemos el espíritu de nuestros dones
Cuando damos un don sin el espíritu para el que Dios nos lo dio, lo vaciamos de su contenido más importante.
Los dones que hemos recibido, son de Dios; tienen el mismo origen: Dios; y la misma finalidad: favorecer al bien común. Igual que María en las bodas, o San Pablo en su carta a los Corintios: si estamos llenos de riquezas que los demás necesitan: ¿Por qué no ser generosos?
Implica compartir nuestros dones en la discreción, sabiendo que cuando lo hacemos, alegramos a Dios, y hacemos que la hora de la salvación se experimente más cercana.
Nuestros dones funcionan mejor si se asocian al don de los demás, se hace complementario y multiplica la alianza de Dios con nosotros.
3 -Hagamos visible nuestra nueva relación con Dios
Si leímos bien el evangelio de Juan, encontramos que nuestra relación con Dios, en la dinámica de la alianza, es un proyecto que se realiza por etapas. Nuestra “hora” ha de ser la de la libertad respecto a la ley; la libertad para lograr que lo que suceda en nuestra historia pase a través del amor que tenemos con Dios.
En las bodas de Caná aparecen seis vasijas de agua convertida en vino; ¿por qué Juan no escribió siete, si era el número de la plenitud? Aunque parezca arriesgado, afirmar que la séptima vasija de vino es la eucarística ––dado que el relato de la institución de la eucaristía no aparece en el evangelio de Juan––, es totalmente posible; allí Jesús llega al momento final, a “su hora”, en sentido pleno (Cf Jn 12, 23; 13,1; 17,1). Toma el vino y lo da a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre de la alianza que se derrama por ustedes” (Cf Mt 26, 27-28; Mc 14, 22; Lc 22, 19). Si es así, si la escena de las bodas de Caná se completa en la entrega vital de Jesús, entendemos que al inaugurar la alianza con Jesús, iniciamos también un camino a lo largo de toda nuestra vida, al final del cual completaremos la séptima vasija con el vino mejor de nuestra propia entrega. La vida puede ser vivida así: como una fiesta de bodas que no termina hasta el don de nuestra vida.
Que se note, entonces, que el vino nuevo lo estamos recibiendo hasta ahora, en el mejor momento de nuestros proyectos personales, familiares y comunitarios; que seamos testigos de que la gloria de Dios se está manifestando en nuestra vida.
¿Eres libre en tu relación con Dios? ¿Cuál está siendo tu hora en este momento de tu vida? ¿Cómo inauguras tu alianza con Dios, en el seguimiento de Jesús?
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