febrero 2019



VI Domingo Ordinario Ciclo C
Jer 17, 5-8; Sal 1; 1Cor 15, 12. 16-20; Lc 6,17. 20-26

Invertir los valores

En el sermón del llano, encontramos una enseñanza que marcará nuestra vida y la manera de dirigirla. Las bienaventuranzas son consideradas como la carta magna del cristianismo. Quien logra vivir de acuerdo con los valores que aquí se presentan, se convierte en un cristiano auténtico. Lucas presenta las bienaventuranzas de manera breve, solo cuatro; mientras que Mateo se extiende sobre nueve. La novedad en Lucas radica en su contraparte: los cuatro, ¡Ay!
 La gran muchedumbre y el pueblo que vienen a encontrarse con Jesús, espera la liberación. Los que asistieron aquel día conformaban una mezcla: el grupo de los que han venido de Judea y Jerusalén, que representan la institución, y el grupo de la diáspora, venidos de Tiro y Sidón, que representan a los marginados y paganos.
 Jesús no da esperanzas para un grupo determinado. Más aún, ha roto con la institución judía y está creando un Israel paralelo. Los que lo siguen esperan eso, una restauración de Israel.
 La propuesta de Jesús es revolucionaria: invertid los valores. Es la única manera de construir la nueva sociedad, la única manera de pregustar el Reinado de Dios.
 Para nosotros, creyentes de este tiempo, invertir los valores es también un reto grande, pero lo necesitamos, lo deseamos y está a nuestro alcance. Seríamos la peor generación de cristianos si no nos dejáramos tocar por la propuesta de Jesús. Aceptar la sociedad tal cual, solo con valores horizontales y simulando no ver la injusticia, nos colocaría no en el lado de las bienaventuranzas, sino en el lado de los desdichados. ¿Cómo queremos vivir, desde la bienaventuranza o desde el lamento?
Invirtamos los valores, intentemos estas tres actitudes:

1 -Hay que optar cada día

 Bien plantado, junto al agua, bebiendo de la confianza en Dios antes que de los hombres, para no vivir como cardo en la estepa, en la aridez del desierto, siguiendo la imagen de Jeremías en la primera lectura, implica vivir bien definidos. En la sociedad debemos escuchar al ser humano, pero confiar primero en Dios.
 Optar cada día por Dios, por plantarse desde Él, como un árbol junto al agua que hunde sus raíces en la corriente, esto es el inicio de la inversión de nuestros valores.

2 -Alimentarse de la vida del resucitado

 Solo así alcanzamos a ver hacia el futuro. Los sacramentos son un viático para nuestro camino. El destino final de nuestra vida resplandece más allá, en la certeza de nuestra fe.
 Alimentarse de la vida de Cristo resucitado nos lleva a relativizar, no la fe o la moral, sino al mundo. San Pablo dice con dolor en su corazón: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan solo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de los hombres”.

3 -Construir la sociedad alternativa de Jesús

 ¿En qué sociedad vives tú? Cierto que está la sociedad de nuestra ciudad, colonia, familia y de amigos. Pero en ese mundo de relaciones, ¿cómo construimos desde los valores del Reino?
Invertir los valores de la sociedad nos pone frente a la felicidad, y nos libera de la desdicha.
 En el sermón de Jesús:
-Los pobres son bienaventurados, porque son sensibles a las carencias de los demás; se involucran. Estos pobres invierten los valores de la sociedad, no desde la violencia o la imposición, sino desde su opción por la pobreza; es así como minan las bases de la sociedad y, por eso mismo, son perseguidos. Ponen en evidencia la injusticia social. Los pobres de estas bienaventuranzas podemos ser cada uno de nosotros, cuando nos atrevamos a eliminar la causa de la injusticia; así, desde nuestros alcances, invirtiendo los valores de la sociedad en todas nuestras relaciones y no tolerando en ellas el asomo de la injusticia.
-Los ricos, son los que se desentienden de la injusticia.
Invertir los valores, implica construir la sociedad alternativa de Jesús, siendo signo de provocación; hay que poner en evidencia los subvalores que propone la sociedad y hacer vida los supervalores del Reino.
 Construir la sociedad alternativa, supone tener poca fama, incluso ser rechazados; pero esto solo confirma que lo estamos haciendo bien. El rechazo o la persecución es el sello de nuestra autenticidad.
¿Cuán rico… cuán pobre… cuán auténtico? ¿Cuán bienaventurado quieres vivir?



V Domingo Ordinario Ciclo C
Is 6, 1-2. 3-8; Sal 137; 1Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11

Dejar la orilla

 Aquel día, Jesús subió a una barca y pidió a Pedro que la alejara un poco de tierra para enseñar desde ahí a la multitud. Cuando terminó de hablar, les pidió que llevaran la barca mar adentro y que echaran las redes para pescar. Ya conocemos la historia. Los discípulos no habían pescado nada. Pero, por el solo hecho de confiar en Jesús, de atreverse a dejar la orilla, obtuvieron una pesca abundante y milagrosa.
 Resulta fascinante para nosotros recoger de este Evangelio la imagen sólida de la persona de Jesús y su enseñanza. Vivimos en un mundo de desconfianza, en el que no se descubre el guía o jefe. No permitimos que Jesús siga siendo ese, que oriente nuestras búsquedas. Estamos en la noche de nuestras sociedades, y no pescamos nada con nuestros métodos de siempre.
 Hace falta dejar la orilla y confiar en el jefe.  Dejar nuestras seguridades y rudimentos. Abrirse al universo cargado de sentido que nos propone Jesús implica atreverse a entrar en aguas profundas. En una inspección interior de nuestros propios miedos, paradigmas y límites, para modificar nuestra mirada, nuestras acciones y nuestro futuro.
Es más lo que desconocemos que lo que tenemos por seguro; así mismo, es más lo que nos falta por conocer y lo que nos falta por salvar. La orilla del lago significa la frontera entre judíos y paganos. Dejar la orilla significa, a la vez, superar las fronteras de los convencionalismos sociales, políticos o religiosos, para constatar una verdad a la que todos tenemos acceso.
 Jesús quiere que sus discípulos abran su horizonte de vida y, juntamente, que incursionen en su autoconocimiento. Al llevarlos más allá, de sus conocimientos rudimentarios de pesca, más allá de sus rutinas y de sus límites, intenta rehacer su personalidad. Hacer de ellos personas nuevas.
Los discípulos tendrán que preguntarse: Más allá de mi profesión de pescador, ¿para qué soy bueno? Desde esta experiencia de vida, ¿qué otras habilidades más importantes podré alcanzar? Se trata de reencontrar una identidad latente, la del amor y del servicio a los demás.
“Pescador de hombres”, esa vocación que Jesús da a Pedro y a los demás que estaban en la barca, los lleva a dejarlo todo y a seguirlo. De ahora en adelante, su habilidad de pescadores toma una nueva forma. La misma capacidad, pero llevada al nivel espiritual.
 A nosotros nos ha de suceder igual, si dejamos la orilla de nuestras seguridades y nos abrimos al universo insondable de Dios, seremos buenos en lo que hacemos, pero de manera extraordinaria, desde el nivel espiritual.
Intentemos estas tres actitudes al dejar la orilla:

1 -Superemos la sensación de indignidad

 Cuesta trabajo entender que Dios nos dignifica, que nos toma de nuestra nada para llamarnos a seguirlo.
 Los tres personajes de La Palabra de Dios, en este domingo, nos ayudan a entendernos en el permanente llamado que Dios nos hace: Isaías en su visión, se siente impuro, exclama: “¡Ay de mí!, estoy perdido…”. Pablo en la segunda lectura dice de sí mismo: “Soy como un aborto”; y al final, Pedro en el Evangelio, dice: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”.
 Pero Dios dignifica a cada uno: a Isaías, con un tizón; a Pablo, a través de su gracia; y a Pedro, quitándole el miedo.
 ¿Cómo superarías tu sensación de indignidad?

2 -Vivamos la experiencia de la fe

 Solo quien se atreve a ver desde el otro lado de la orilla, quien se atreve a transmitir, como Pablo, lo que ha recibido, crece en la fe. Solo el que se atreve a profesar su fe, como Pedro, se salva.
 La experiencia de la fe hace posible nuestra transformación. Nos eleva a una inteligencia única, que no se alcanza desde ninguna otra ciencia. El kerigma de Pablo, lo que él les transmite, es capaz de cambiar vidas: “…lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados… que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito… que se apareció a los apóstoles… y, finalmente, se me apareció a mí”. ¿Cómo ha cambiado la tuya?

3 -Seamos pescadores de hombres

 Una vez que conocemos a Jesús, no hay otro camino mejor que este, participar en su misión pescando personas, salvando personas de perecer ahogadas, liberándolas de la oscuridad de sus propios condicionamientos, miedos y frustraciones.
 Pescar hombres es fácil: implica salvarlos del peligro. Especialmente del peligro de no ver a Dios, de no entender su proyecto y de no amar lo divino.
 Nosotros también estamos en la barca, igual que Santiago y Juan, y aunque Pedro habla por nosotros, a todos nos pasa lo mismo ante Jesús. Escuchamos también esta consolación: no temas, desde ahora serás pescador de hombres.



IV Domingo Ordinario Ciclo C
Jer 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1Cor 12, 31-13,13; Lc 4, 21-30

Identidad religiosa

 Siguiendo el evangelio de Lucas, volvemos a la escena de la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús exclamó: “Hoy mismo se cumple esta escritura que acaban de oír”. Y todos le daban su aprobación y admiraban su sabiduría; son unos segundos como de letargo, en los que el pueblo está asimilando lo que Jesús acaba de hacer: se aplicó a sí mismo el texto de la expectación judía, se declaró el mesías liberador, y les declaró que inauguraba así la era de la salvación.

En ese mismo momento, Jesús les enseñó que Dios es para todos, incluso para los que son considerados paganos o enemigos; como consideraron aquellos asistentes en la sinagoga, a la viuda de Sarepta y a Naamán,  cuando Jesús se los puso como ejemplo.

Jesús está actualizando la identidad religiosa de su pueblo y la suya propia. Los asistentes a la sinagoga están conociendo su identidad“¿No es éste el hijo de José?”; es decir, sabemos que es hijo natural de José, pero no piensa como él, sus ideas y comportamiento no son semejantes a los de su padre. Jesús no ha salido a su padre. En el fondo le descubren su identidad profética y mesiánica.
Ya sabemos el desenlace: los presentes no aceptan la nueva propuesta de Jesús, la nueva identidad religiosa que les da. Realmente están pensando: Médico cúrate a ti mismo, es decir, ¡vuelas muy alto!, ya quisieras ser capaz de salvar a los de tu pueblo. Y antes que renunciar a su nacionalismo, quieren matarlo, se llenan de ira, se levantan, lo sacan de la ciudad para intentar despeñarlo desde un precipicio.

Lo mejor del desenlace radica en que la ira no triunfa; no define la identidad religiosa del pueblo ni la de Jesús, sino el hecho de que pasando por en medio de ellos, se marchó (v. 30). Para todos en ese lugar, quedó claro que nadie pude detener la era de salvación que Jesús acaba de inaugurar, ni siquiera el enojo de los nacionalistas de Israel.

Es probable que nosotros hoy, después de dos mil años, necesitemos recuperar nuestra identidad religiosa, salir de nuestra mentalidad cerrada o excluyente y compartir a Dios. ¿Quiénes somos en nuestra religión? ¿Cuál es nuestra identidad religiosa? ¿Cómo son nuestras relaciones con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos?

Si hubiésemos perdido nuestra identidad, intentemos recuperarla meditando estas tres ideas:

1 -Somos semejantes a Jesús; nuestro Padre Dios está detrás de nosotros

 Él nos formó desde el seno materno, al modo de Jeremías. Dios tiene un plan para nosotros, por humilde que sea, para que participemos en esta nueva era de la salvación.
 Cierto que conocemos un poco en penumbra lo que Dios quiere de nosotros, y que en el ejercicio de nuestros profetismos, nos harán la guerra, pero ha de consolarnos la misma palabra que consoló a Jeremías: “…no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.
 ¿Cómo experimentamos esta identidad con Dios?

2 -Somos quien ama fraternalmente

 Si a este momento de nuestra historia humana no sabemos cómo relacionarnos, más que con rechazo, racismo, nacionalismo o discriminación, hemos de asumir que en la era de salvación que Jesús inauguró en la sinagoga de Nazaret, todos somos hermanos. Más aún, la nueva relación con Dios no es directa ––como pretendía la tradición judía––, sino a través de nuestro hermano. Si no es así, se vacía nuestra identidad, nuestro propio ser.
 Todos los dones que tenemos, vienen de Dios; su función natural es comunicarnos con Él a través del amor; y como éste no se puede dar si no es en relación, a más amor fraterno, más experiencia de Dios.
 La mejor identidad radica aquí, en que “…si no tengo amor, nada soy”, en que  “…ahora conocemos de manera imperfecta, pero entonces conoceremos a Dios como Él nos conoce a nosotros”.

3 -Somos quien cumple una misión

 Al igual que Jesús, llevamos una misión que ha de ser liberadora. Cumplirla supone un trabajo, a veces arduo, en la recuperación de nuestra identidad religiosa y en la interpretación de la voluntad de Dios.
 Encontrar la manera en que podemos plasmarnos en el exterior, por medio del amor, como lo empezó a hacer Jesús desde la sinagoga de Nazaret, será una gran aventura que nos llenará de alegría, de paz y de amor. Veremos cómo el favor de Dios, es para todos.
¿Cuál es tu misión espiritual más profunda? ¿Cómo te vas plasmando en el paisaje religioso de tu familia y de la sociedad?

Diocesis de Celaya

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