Dejar la orilla



V Domingo Ordinario Ciclo C
Is 6, 1-2. 3-8; Sal 137; 1Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11

Dejar la orilla

 Aquel día, Jesús subió a una barca y pidió a Pedro que la alejara un poco de tierra para enseñar desde ahí a la multitud. Cuando terminó de hablar, les pidió que llevaran la barca mar adentro y que echaran las redes para pescar. Ya conocemos la historia. Los discípulos no habían pescado nada. Pero, por el solo hecho de confiar en Jesús, de atreverse a dejar la orilla, obtuvieron una pesca abundante y milagrosa.
 Resulta fascinante para nosotros recoger de este Evangelio la imagen sólida de la persona de Jesús y su enseñanza. Vivimos en un mundo de desconfianza, en el que no se descubre el guía o jefe. No permitimos que Jesús siga siendo ese, que oriente nuestras búsquedas. Estamos en la noche de nuestras sociedades, y no pescamos nada con nuestros métodos de siempre.
 Hace falta dejar la orilla y confiar en el jefe.  Dejar nuestras seguridades y rudimentos. Abrirse al universo cargado de sentido que nos propone Jesús implica atreverse a entrar en aguas profundas. En una inspección interior de nuestros propios miedos, paradigmas y límites, para modificar nuestra mirada, nuestras acciones y nuestro futuro.
Es más lo que desconocemos que lo que tenemos por seguro; así mismo, es más lo que nos falta por conocer y lo que nos falta por salvar. La orilla del lago significa la frontera entre judíos y paganos. Dejar la orilla significa, a la vez, superar las fronteras de los convencionalismos sociales, políticos o religiosos, para constatar una verdad a la que todos tenemos acceso.
 Jesús quiere que sus discípulos abran su horizonte de vida y, juntamente, que incursionen en su autoconocimiento. Al llevarlos más allá, de sus conocimientos rudimentarios de pesca, más allá de sus rutinas y de sus límites, intenta rehacer su personalidad. Hacer de ellos personas nuevas.
Los discípulos tendrán que preguntarse: Más allá de mi profesión de pescador, ¿para qué soy bueno? Desde esta experiencia de vida, ¿qué otras habilidades más importantes podré alcanzar? Se trata de reencontrar una identidad latente, la del amor y del servicio a los demás.
“Pescador de hombres”, esa vocación que Jesús da a Pedro y a los demás que estaban en la barca, los lleva a dejarlo todo y a seguirlo. De ahora en adelante, su habilidad de pescadores toma una nueva forma. La misma capacidad, pero llevada al nivel espiritual.
 A nosotros nos ha de suceder igual, si dejamos la orilla de nuestras seguridades y nos abrimos al universo insondable de Dios, seremos buenos en lo que hacemos, pero de manera extraordinaria, desde el nivel espiritual.
Intentemos estas tres actitudes al dejar la orilla:

1 -Superemos la sensación de indignidad

 Cuesta trabajo entender que Dios nos dignifica, que nos toma de nuestra nada para llamarnos a seguirlo.
 Los tres personajes de La Palabra de Dios, en este domingo, nos ayudan a entendernos en el permanente llamado que Dios nos hace: Isaías en su visión, se siente impuro, exclama: “¡Ay de mí!, estoy perdido…”. Pablo en la segunda lectura dice de sí mismo: “Soy como un aborto”; y al final, Pedro en el Evangelio, dice: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”.
 Pero Dios dignifica a cada uno: a Isaías, con un tizón; a Pablo, a través de su gracia; y a Pedro, quitándole el miedo.
 ¿Cómo superarías tu sensación de indignidad?

2 -Vivamos la experiencia de la fe

 Solo quien se atreve a ver desde el otro lado de la orilla, quien se atreve a transmitir, como Pablo, lo que ha recibido, crece en la fe. Solo el que se atreve a profesar su fe, como Pedro, se salva.
 La experiencia de la fe hace posible nuestra transformación. Nos eleva a una inteligencia única, que no se alcanza desde ninguna otra ciencia. El kerigma de Pablo, lo que él les transmite, es capaz de cambiar vidas: “…lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados… que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito… que se apareció a los apóstoles… y, finalmente, se me apareció a mí”. ¿Cómo ha cambiado la tuya?

3 -Seamos pescadores de hombres

 Una vez que conocemos a Jesús, no hay otro camino mejor que este, participar en su misión pescando personas, salvando personas de perecer ahogadas, liberándolas de la oscuridad de sus propios condicionamientos, miedos y frustraciones.
 Pescar hombres es fácil: implica salvarlos del peligro. Especialmente del peligro de no ver a Dios, de no entender su proyecto y de no amar lo divino.
 Nosotros también estamos en la barca, igual que Santiago y Juan, y aunque Pedro habla por nosotros, a todos nos pasa lo mismo ante Jesús. Escuchamos también esta consolación: no temas, desde ahora serás pescador de hombres.

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