Identidad religiosa



IV Domingo Ordinario Ciclo C
Jer 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1Cor 12, 31-13,13; Lc 4, 21-30

Identidad religiosa

 Siguiendo el evangelio de Lucas, volvemos a la escena de la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús exclamó: “Hoy mismo se cumple esta escritura que acaban de oír”. Y todos le daban su aprobación y admiraban su sabiduría; son unos segundos como de letargo, en los que el pueblo está asimilando lo que Jesús acaba de hacer: se aplicó a sí mismo el texto de la expectación judía, se declaró el mesías liberador, y les declaró que inauguraba así la era de la salvación.

En ese mismo momento, Jesús les enseñó que Dios es para todos, incluso para los que son considerados paganos o enemigos; como consideraron aquellos asistentes en la sinagoga, a la viuda de Sarepta y a Naamán,  cuando Jesús se los puso como ejemplo.

Jesús está actualizando la identidad religiosa de su pueblo y la suya propia. Los asistentes a la sinagoga están conociendo su identidad“¿No es éste el hijo de José?”; es decir, sabemos que es hijo natural de José, pero no piensa como él, sus ideas y comportamiento no son semejantes a los de su padre. Jesús no ha salido a su padre. En el fondo le descubren su identidad profética y mesiánica.
Ya sabemos el desenlace: los presentes no aceptan la nueva propuesta de Jesús, la nueva identidad religiosa que les da. Realmente están pensando: Médico cúrate a ti mismo, es decir, ¡vuelas muy alto!, ya quisieras ser capaz de salvar a los de tu pueblo. Y antes que renunciar a su nacionalismo, quieren matarlo, se llenan de ira, se levantan, lo sacan de la ciudad para intentar despeñarlo desde un precipicio.

Lo mejor del desenlace radica en que la ira no triunfa; no define la identidad religiosa del pueblo ni la de Jesús, sino el hecho de que pasando por en medio de ellos, se marchó (v. 30). Para todos en ese lugar, quedó claro que nadie pude detener la era de salvación que Jesús acaba de inaugurar, ni siquiera el enojo de los nacionalistas de Israel.

Es probable que nosotros hoy, después de dos mil años, necesitemos recuperar nuestra identidad religiosa, salir de nuestra mentalidad cerrada o excluyente y compartir a Dios. ¿Quiénes somos en nuestra religión? ¿Cuál es nuestra identidad religiosa? ¿Cómo son nuestras relaciones con Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos?

Si hubiésemos perdido nuestra identidad, intentemos recuperarla meditando estas tres ideas:

1 -Somos semejantes a Jesús; nuestro Padre Dios está detrás de nosotros

 Él nos formó desde el seno materno, al modo de Jeremías. Dios tiene un plan para nosotros, por humilde que sea, para que participemos en esta nueva era de la salvación.
 Cierto que conocemos un poco en penumbra lo que Dios quiere de nosotros, y que en el ejercicio de nuestros profetismos, nos harán la guerra, pero ha de consolarnos la misma palabra que consoló a Jeremías: “…no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.
 ¿Cómo experimentamos esta identidad con Dios?

2 -Somos quien ama fraternalmente

 Si a este momento de nuestra historia humana no sabemos cómo relacionarnos, más que con rechazo, racismo, nacionalismo o discriminación, hemos de asumir que en la era de salvación que Jesús inauguró en la sinagoga de Nazaret, todos somos hermanos. Más aún, la nueva relación con Dios no es directa ––como pretendía la tradición judía––, sino a través de nuestro hermano. Si no es así, se vacía nuestra identidad, nuestro propio ser.
 Todos los dones que tenemos, vienen de Dios; su función natural es comunicarnos con Él a través del amor; y como éste no se puede dar si no es en relación, a más amor fraterno, más experiencia de Dios.
 La mejor identidad radica aquí, en que “…si no tengo amor, nada soy”, en que  “…ahora conocemos de manera imperfecta, pero entonces conoceremos a Dios como Él nos conoce a nosotros”.

3 -Somos quien cumple una misión

 Al igual que Jesús, llevamos una misión que ha de ser liberadora. Cumplirla supone un trabajo, a veces arduo, en la recuperación de nuestra identidad religiosa y en la interpretación de la voluntad de Dios.
 Encontrar la manera en que podemos plasmarnos en el exterior, por medio del amor, como lo empezó a hacer Jesús desde la sinagoga de Nazaret, será una gran aventura que nos llenará de alegría, de paz y de amor. Veremos cómo el favor de Dios, es para todos.
¿Cuál es tu misión espiritual más profunda? ¿Cómo te vas plasmando en el paisaje religioso de tu familia y de la sociedad?

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